martes, 22 de julio de 2008

Santos y herejes

Las órdenes religiosas que tomaron parte en la evangelización de América fueron cuatro: la orden mercedaria, la franciscana, la dominica y la jesuita. La actitud con la que emprendieron esta empresa no fue la misma en todos ellas.
La Orden de la Santísima Virgen María de la Merced de la Redención de los Cautivos, fundada oficialmente el 10 de agosto de 1218 y confirmada por el papa Gregorio IX en 1235, se formó a partir de una asociación creada en 1203 por san Pedro Nolasco, con la ayuda de san Raimundo de Peñafort, para socorrer y rescatar a los cristianos cautivos de los infieles. Originalmente no había sacerdotes dentro de la orden, pero a partir del siglo XIV se organizó como una orden regular. Los mercedarios pasaron a América tempranamente, desde el segundo viaje de Colón.
Los franciscanos pasaron a América en el primer viaje de Colón. Los franciscanos se establecieron en la isla de La Española en 1500. Los franciscanos fueron también los primeros en llegar al continente, a Tierra Firme, en 1524, y se extendieron por el virreinato de Nueva España y el virreinato del Perú a partir de 1541. La orden franciscana había tenido una larga y difícil historia en el Viejo Mundo. Había dado orgien en el siglo XIII el movimiento de los fraticelli. Estos grupos terminaron por separarse de los franciscanos durante los siglos XIV y XV, manteniendo opiniones extremas respecto a la pobreza. Uno de los primeros grupos divergentes, denominados franciscanos celestinos, celantes o espirituales, practicaba un ascetismo riguroso y se proclamaron herederos de la regla no escrita de San Francisco. Fueron partidarios de una pobreza radical, sin interpretaciones pontificias, hasta el extremo de acusar a la Orden de relajación en el Concilio de Vienne (1311-1312) y de negar al Papa el derecho a interpretar la Regla. Fue por ese motivo que el grupo fue acusado de herejía y la orden fue suprimida por el Juan XXII en 1317. Como respuesta, los espirituales declararon que eran la única orden católica verdadera, dando a entender que el resto de la Iglesia era hereje y que las bulas papales no tenían valor. La curia romana y los señores temporales organizaron varias campañas para acabar con estos disidentes. Los fraticelli continuaron sus actividades durante todo el siglo XIV, a pesar de las medidas dictadas contra de ellos. En el siglo XV el movimiento desapareció, pero algo de su inquietud religiosa y social subsistió y, en el siglo XVI, el milenarismo que los caracterizó habría pasado a América con los misioneros franciscanos.
La Compañía de Jesús fue fundada por san Ignacio de Loyola en 1534 y confirmada oficialmente por el papa Pablo III en 1540. Su objetivo fue difundir la fe católica por medio de la predicación y la educación. La Compañía creció rápidamente y tuvo un papel decisivo durante la Contrarreforma, fundando escuelas y centros de estudios superiores en toda Europa. La educación jesuítica se enfocó a fortalecer la fe católica frente a la expansión del protestantismo.
La actividad misionera de los jesuitas fue muy exitosa. En todo el Nuevo Mundo fundaron reducciones, siendo las más famosas las de Paraguay. Eran comunidades de indígenas, gobernadas por los jesuitas. Por 200 años los jesuitas controlaron extensos territorio en América y una población de 160.000 personas.
Los españoles que migraron a América buscaban un lugar donde alcanzar sus anhelos, materiales o espirituales, y no necesariamente eran tenidos por gente honrada en el Viejo Mundo. El milenarismo pasó a América con los franciscanos y la heterodoxia con el franciscanismo. La orden franciscana fue la más numerosa establecida en el Nuevo Mundo durante el siglo XVI. Le seguían en número los dominicos y los jesuitas. Los franciscanos fueron el grupo más nutrido establecida en los nuevos territorios con un total de 2782. Claramente el cristianismo americano empezó siendo franciscano. La segunda orden religiosa en número fue la dominica con 1579. Los jesuitas fueron una minoría, apenas 133, aunque proliferarían en los siglos posteriores. Entre estos religiosos había quienes tenían esperanzas en la realización del milenio tras el descubrimiento de América.
Los franciscanos habían reaccionado ante el intelectualismo tomista dando a la religiosidad un carácter afectivo y produciendo una mística voluntarista y un retorno al recogimiento. Este recogimiento no significaba una ruptura con la ortodoxia católica y España durante el siglo XVI desarrolló también tendencias que buscaban una religiosidad más auténtica, rasgos más afectivos que racionales, y reclamaba la relevancia de la experiencia sobre la reflexión. Algunos de los religiosos que cruzaron el océano esperaron la realización del milenio tras el descubrimiento de América. La utopía apareció relacionada a las esperanzas milenaristas de los franciscanos tanto como referencia a los proyectos de una sociedad imaginaria e igualitaria. La obra de Moro impresa en Lovaina en 1516 fue leída por el franciscano Juan de Zumárraga, primer obispo de México, y por el Vasco de Quiroga, obispo de Michoacán, quienes la usaron como guía para su prédica.
El cristianismo católico de los conquistadores españoles, predicado por estas órdenes religiosas, nunca tuvo las características unitarias e indivisas que luego se le atribuyeron. Al contrario, los rigores de la Inquisición durante el reinado de Felipe II se debieron a la certidumbre de que la Reforma también podía producirse en España. Muchos autores de finales del siglo XVI y principios del XVII describieron una gran cantidad de herejías y desviaciones. A principios del siglo XVI aparecieron numerosos reformadores, no sólo en los países germánicos sino también en los latinos, tales como en Italia con Girolamo Savonarola o Baldo Lupetino o en Francia con Lefèvre d’Etaples o Martín Bucer. Los vicios del Papado también fueron criticados en España. No se debe olvidar que Rodrigo de Borja (Borgia en italiano), natural de Játiva, cerca de Valencia, un español, fue Papa con el nombre de Alejandro VI. Siendo joven, Rodrigo recibió subvenciones y rentas eclesiásticas con la que se pagó una vida licenciosa. Después estudió Derecho en la Universidad de Bolonia e inició una carrera exitosa dentro de la Iglesia, logrando la condición de cardenal, obispo y administrador de la corte papal. En Roma tuvo una vida llena de placeres y amoríos, una hija con Julia Farnesio y cuatro con Vanozza Catenei, entre ellos César y Lucrecia. Fue elegido Papa en el cónclave de 1492, luego de haber comprado las dos terceras partes de los votos necesarios para su elección. Su pontificado estuvo regido por consideraciones familiares; aumentó la fortuna de su familia nombrando a sus hijos para puestos eclesiásticos. Su papado ha quedado en la memoria popular como símbolo de corrupción. Los vicios italianos escandalizaron a los religiosos y a los laicos españoles que debían viajar a atender asuntos oficiales o privados a Roma. Gonzalo Fernández de Oviedo, cronista de Indias, autor de la Historia general y natural de las Indias, islas y Tierra Firme del mar Océano, sirvió a Alejandro VI y a los Borja y se escandalizó de los pecados romanos, pero sin llegar nunca a la conducta de los reformados. En su vejez, alcalde de la fortaleza de Santo Domingo, continuó abominando de los protestantes, desde los luteranos hasta los anabaptistas. También el rey Felipe II abominaba de los pecados romanos y de la pestilencia herética. El consiguió la unidad religiosa de España persiguiendo a los luteranos, calvinistas, judaizantes y musulmanes apóstatas. La unidad religiosa fue defendida por la Inquisición española, fundada con aprobación papal en 1478, por solicitud de Fernando V y de Isabel I. La Inquisición española debía juzgar a los marranos, los criptojudíos, los judaizantes, los judíos que por coerción o por presión social se habían convertido al cristianismo pero que mantenían en secreto su fe original. Desde 1502, la Inquisición centró su atención en los conversos musulmanes y desde 1520 en los sospechosos de herejía, es decir, en los protestantes. Muy pronto el papado renunció a la supervisión de la Inquisición española, que quedó completamente a cargo de la Corona. La Inquisición española estaba dirigida por el Consejo de la Suprema Inquisición, pero sus procedimientos fueron similares a los de los tribunales eclesiásticos medievales. Paulatinamente, la Inquisición fue conocida por su crueldad y oscurantismo, potenciados por su organización centralizada y por el apoyo real, especialmente en tiempos de Felipe II. Entre los inquisidores hubo fanáticos religiosos, burócratas ambiciosos, jueces austeros y personajes ridículos. La Inquisición contribuyó a la labor de la Contrarreforma tridentina para mantener la unidad religiosa católica frente a la Reforma. Sin embargo, las inquietudes religiosas afloraron dentro de la misma Iglesia católica y entre las órdenes religiosas. El tema de la predestinación, que había conducido a Lutero a la Reforma, también se desarrolló entre los católicos. Los protestantes españoles continuaron los argumentos de Lutero contra el libre arbitrio. En el Concilio de Trento se suscitaron diferencias en relación a la doctrina de la predestinación, desde las posturas más rígidas que atribuían a Dios una total libertad de elección de los predestinados hasta aquellas que defendían el libre arbitrio. Muchos franciscanos, influenciados por las doctrinas de Escoto, defendieron la libertad humana.
El cristianismo ya había conocido antes la discusión entre el libre albedrío y la predestinación. Entre el 405 y el 418, Pelagio desarrolló una doctrina que daba importancia capital a la bondad fundamental de la naturaleza y a la libertad humana. Los grandes pensadores del Renacimiento, como Marsilio Ficino, Pico della Mirandola o Miguel Angel, también creyeron en la bondad y belleza humanas. Esta doctrina fue finalmente condenada por herética. San Agustín las atacó desde el 412 hasta el 428. Esta controversia fue actualizada en el siglo XVI en las tesis del padre Luis Molina. Esta discusión, conocida como controversia de auxiliis, enfrentó a jesuitas y dominicos. Esta lucha empezó en 1582, en Salamanca, con el enfrentamiento entre el padre jesuita Prudencio de Montemayor y fray Domingo Báñez de Artazubiaga, en el que fue involucrado fray Luis de León. Este fue llamado pelagiano por los dominicos y respondió tachando de luteranos a sus adversarios.
Luis Molina (1535-1600), nacido en Cuenca, ingresó en 1553 en la Compañía de Jesús. Entre 1563 y 1567 fue profesor de filosofía en la Universidad de Coimbra y en 1568 pasó a la Universidad de Évora, donde enseñó teología hasta 1583. Luego pasó a Madrid, donde dictó clases de moral en el Colegio Imperial hasta su muerte en 1600.
Molina expuso su doctrina, conocida luego como molinismo, en Concordia liberi arbitrii cum gratiae donis, divina praescientia, providentia, praedestinatione et reprobatione, publicada en 1588. Basándose en la Summa Theologiae de santo Tomás de Aquino, Molina intentó conciliar el libre albedrío del hombre con la gracia, la presciencia, la providencia, la predestinación y la reprobación divinas. Para Molina, el ser humano no estaba destinado desde su nacimiento hacia el bien o hacia el mal, sino que podía elegir entre uno u otro. Dios predeterminaba los actos humanos mediante su conocimiento absoluto, configurando la ciencia media. Dios conocía todas las acciones que el hombre pudiera realizar porque sabía desde antes lo que podía ocurrir en todos los mundos posibles en los que el hombre podía vivir. Estas tesis daban al hombre una amplia libertad de acción, enfrentando a jesuitas y dominicos, pero no llegaron a trascender a la comunidad laica. Los jesuitas asumieron y defendieron los puntos de vista de Molina, mientras que los dominicos apoyaron las posturas de Báñez. Molina creía que una doctrina rígida de la predestinación, como la que sostenían San Agustín (y también Lutero y Calvino) podía ser asociada a la creencia en la astrología y en el fatalismo que ella implicaba. La astrología era muy popular y fuerte en su época, entre ricos y pobres, burgueses y campesinos. La astrología había sido condenada desde antiguo, incluso por el mismo San Agustín. Sin embargo, muchos católicos, religiosos y laicos, creían en ella. Incluso el mismo rey Felipe II guardaba en la biblioteca de El Escorial el horóscopo que Mattias Hacus, médico y matemático del norte de Europa, había hecho para él en 1551. Quienes creían en la astrología pensaban que los astros daban la clave de la vida del hombre, pero muchos religiosos, especialmente los jesuitas, negaban que el cálculo astrológico pudiera revelar el destino de los hombres, aquello que pretendía hacer la astrología judiciaria. En 1586, Sixto V publicó una constitución condenatoria de esta pretendida iluminación del provenir y de otras artes adivinatorias. Sin embargo, en el siglo XVI la astrología era tenida como una actividad de hombres sabios y un conocimiento necesario para el buen gobierno del reino. Los papas y los reyes tenían astrólogos. Los calendarios astrológicos y los horóscopos se publicaron exitosamente durante los siglos XVI y XVII, ya que la astrología era la ciencia del conocimiento del mundo por excelencia.
El molinismo rechazaba la creencia en los astros y buscaba limitar las consecuencias del pecado original y el sometimiento del hombre a un destino inexorable, escritos en los cielos. El pecado original no había modificado sustancialmente la naturaleza del hombre, solamente le había privado de los dones sobrenaturales. Dios había remediado esta carencia entregando a cada hombre el auxilio actual de la gracia, que el era libre de aceptar o rechazar. La predestinación no había sido establecida para toda la eternidad ni la naturaleza humana estaba completamente corrompida. La salvación del hombre podía alcanzarse mediante la honradez y la razón.
Mientras que los franciscanos trajeron á América las esperanzas milenaristas, los jesuitas trajeron la fe en la naturaleza reflexiva de todos los hombres y en la posibilidad de predicarles racionalmente, respetando sus costumbres. La existencia de estos movimientos que no estaban conformes con el orden establecido dio origen a las tesis que sostenían la nulidad de la Conquista. Se ha sugerido que había divergencias en el interior de las órdenes religiosas respecto a la forma de predicar en el Nuevo Mundo. Habría existido un grupo de religiosos rigurosos que respetaban a la Inquisición, obedecían a la jerarquía española y buscaban la evangelización imponiéndose a las culturas indias; y otro grupo, que incluía a sacerdotes franciscanos y jesuitas, que anhelaban reconstruir la Iglesia primitiva en el Nuevo Mundo. La postura oficial de la jerarquía de la Iglesia no podía aceptar conceptos como la libertad cristiana ni la limitación de su poder, y terminó por reprimir a los grupos disidentes. El Virrey Francisco de Toledo habría ejercido presión sobre la acción evangelizadora de las órdenes religiosas, en particular sobre la Compañía de Jesús. Paulatinamente, la Iglesia tridentina fue limitando los alcances del libre albedrío.
En el asentamiento minero de Potosí, los indios mineros habían logrado hacerse de cantidades considerables de plata para venderla en el mercado de Potosí. Sin embargo los jesuitas, llegados en 1576, protestaron declarando que los indios vendían metal robado, y cuestionaron el sistema económico implantado por Toledo. Por esto fueron expulsados de Potosí el 1578. En 1576 el Padre Luis López fue acusado de herejía, apostasía y crimen de lesa majestad, al haber redactado un manuscrito en el cual atacaba duramente al Rey y a su administración y cuestionaba los justos títulos del monarca a poseer el Perú. Se ha atribuido a jesuitas como Blas Valera, Martín de Funes, el Padre Torres y Luis López el proyecto de fundar un reino indígena, libre del control de los conquistadores. Las reducciones de Paraguay fueron el resultado de estos intentos autonomistas.
El descubrimiento de América coincidió con el establecimiento de una relación entre la predicación penitencial y las profecías apocalípticas y milenaristas. Este vínculo convirtió a un predicador penitencial como Girolamo Savonarola en un profeta del Apocalipsis y del milenio. La historia de Savonarola reflejaba el ambiente agitado por las transformaciones profundas de la sociedad europea durante el final de la Edad Media, cargado de tensiones sociales, producido por un presente llenó de ansiedad y un futuro lleno de inquietud. Este clima condujo a la búsqueda en las Sagradas Escritura de una narración del pasado que pudiera ser entendida como una profecía del futuro.
La cristiandad del otoño de la Edad Media vivía insatisfecha con el papel cumplido por la jerarquía eclesiástica y muchos reclamaban retornar a la primitiva pureza apostólica. Finalmente la Reforma protestante dirigió este anhelo de cambio hacia la constitución de nuevas instituciones y una nueva vivencia de la fe, más allá de la ortodoxia. La Iglesia terminó perdiendo su poder y su condición de guía de los creyentes, tanto por la acción de los predicadores reformados como por el fortalecimiento de las monarquías nacionales. En este escenario el descubrimiento de tierras y pueblos demandó un nuevo sentido para la historia y fortaleció la espera del fin de los tiempos.
Hubo razones precisas que llevaron a tales consecuencias. La Conquista se realizó rápidamente animada por la conciencia apocalíptica. Después del triunfo militar y terreno de los conquistadores, se exaltó la superioridad de la Iglesia y de la sociedad americana. Se representó al mundo americano como el sueño milenarista de la coronación de la historia humana. La relación de viaje de sir Humprey Gilbert, de 1583, afirmaba que:
Nuestra fe nació en Oriente, y ha luego hecho su camino hasta alcanzar el Occidente; es probable que este sea su último límite a menos que no haya un nuevo inicio en Oriente y tenga origen un nuevo mundo. Pero las profecías de Cristo nos confirman que esto es imposible, sabemos que cuando la palabra de Dios haya sido predicada a toda la humanidad vendrá el fin del mundo.
Para la mentalidad milenarista, el mundo viajaba de Oriente a Occidente y cuando la palabra de Dios hubiera sido predicada a toda la humanidad, el mundo llegaría a su fin. La representación lineal del recorrido histórico, típico de la cultura cristiana, tenía un inicio y avanzaba hacia el final de los tiempos. El momento del fin de los tiempos, tradicionalmente envuelto en la oscuridad, pareció descifrable a partir del anuncio del Evangelio a los hombres de América planteó a los teólogos.
La idea [del milenarismo] se vincula con la concepción cristiana de la historia según la cual ésta debe llegar un día a su fin. (Flores Galindo, Buscando un inca, p. 27)
El descubrimiento puso en crisis las antiguas convicciones y condujo a una fase apostólica del cristianismo europeo. Las misiones a América buscaban completar aquello que los apóstoles no habían podido o recuperar la memoria de aquello que tal vez habían hecho pero se había olvidado. El milenarismo de los primeros misioneros franciscanos enviados a México difundió el convencimiento de que el descubrimiento del Nuevo Mundo era el último acto de la historia antes de la Parusía. La aventura de los doce primeros misioneros franciscanos en la Nueva España fue ideada como una empresa apostólica renacida. Así la describió en la carta enviada en 1523 por el general fray Francisco de los Ángeles de Quiñones a los doce misioneros, planteaba la acción de los nuevos apóstoles como una manera de hacer frente al declinar del mundo. Las expectativas apocalípticas de fray Martín de Valencia, el más conocido de estos misioneros, le llevaron a predicar el Evangelio a quienes sufrían necesidad en el final de los tiempos. En la historia de fray Martín se confundían también los judíos y los indios, ya que la conversión de los judíos tanto como la misión en las tierras descubiertas se vieron como la señal del próximo fin de los tiempos, pero contrastaban la oposición de los judíos al bautismo ante la facilidad de la conquista espiritual del Nuevo Mundo.
El indio, que ya era el equivalente del pobre europeo, lo será en adelante también del judío. La extirpación tomará como paradigma — lo ha dicho Pierre Duviols — a la Inquisición. (Flores Galindo, Buscando un inca, p. 84)
Los misioneros franciscanos predicaron rápidamente el Evangelio para abreviar el tiempo del Apocalipsis. Se predicó muy simplemente a poblaciones más o menos forzadas y se realizó bautismos en masa. Los primeros misioneros tuvieron la convicción de participar en el proyecto divino de salvación del mundo. Los misioneros jesuitas entendieron su labor como la aspiración por volver a la perfección de la edad apostólica.
La difusión del cristianismo dio también nuevas fuerzas a la tradición joaquinita entre algunos agustinos en el Viejo Mundo. El franciscano Francesco Zorzi, en el convento de la Vigna Nuova en Venecia, mantuvo una relación con Chiara Bugni, una visionaria iletrada, explicando y difundiendo su mensaje. La orden franciscana interpretó proféticamente el descubrimiento de América. La misión de los doce primeros misioneros franciscanos a México tuvo una gran resonancia utópica y milenarista en Europa. El canónico regular lateranense Serafino da Fermo anotó en su Breve declaración sobre el Apocalipsis de 1538 que el hecho del descubrimiento de América era uno de los signos de la próxima vendida del anticristo y del fin del mundo.
El sueño del fin de la discordia y de la pacificación religiosa fue elaborado en círculos dedicados a la adivinación del futuro, atentos a la prédica de personas dotadas de carismas espirituales. Angélica Paola Antonia Negri y Lucrecia de León exploraron el futuro a través de visiones y revelaciones. En Venecia entre 1539 y 1540, en el Hospital de San Giovanni e Paolo, se encontraron dos santas mujeres con poderes carismáticos, la Madre Zuana y la divina madre de los barnabitas, Paola Antonia Negri, alrededor de las cuales se formaron círculos de seguidores e intérpretes de sus mensajes. Ambas mujeres gozaron de fama de santidad. Angelica Paola Antonia Negri, antes de llegar a Venecia, había descubierto la oculta condición de hereje del predicador Bernardino Ochino en Verona. Luego se formó alrededor suyo un círculo de devotos cuyos pecados absolvían y que le revelaban sus pensamientos más secretos. Por su parte, el exégeta y orientalista francés Guillaume Postel, se dedicó a comentar las revelaciones extraordinarias de la Madre Zuana. El núcleo de su mensaje era alcanzar el fin de los conflictos, y conseguir el retorno de la humanidad a una sola guía, un solo rebaño y un solo pastor. Venecia se hallaba cercana a los príncipes luteranos alemanes y, a pesar de seguir siendo católica, enfrentada al Papa. Según Postel, el mundo se dirigía a la cuarta época de la historia, luego de aquella de la naturaleza, de esa de la ley y de esta de la gracia. Esta época alcanzaría la restitutio universal, cuando todo el mundo se transformaría en un pacífico rebaño de ovejas obedientes a un solo pastor. Las visiones de la Madre Zuana anunciaban la venida de un Pastor Angélico, mientras que el propio Postel se creía llamado a ser un nuevo Juan Bautista o nuevo Elías.
Postel distinguía entre la ecclesia specialis y la ecclesia generalis: a la primera pertenecían los elegidos por Dios para difundir la verdad y a la otra pertenecían todos los hombres comunes. El distinguió entre elegidos y réprobos. Los elegidos poseían toda la vida y toda la inteligencia para transmitirla a los otros miembros de la iglesia, mientras los miembros comunes solo podían recibir sin trasmitir la gracia divina. En la ecclesia generalis tenían sitio todas las distintas iglesias y religiones del mundo que disputaban entre sí. Los elegidos de la ecclesia specialis tenían una posición preeminente en la revelación divina.
En el contexto de los conflictos religiosos, la restitutio significaba lo mismo que la reformatio, el retorno a la pureza original de la doctrina y de la paz del cristianismo. El proyecto elaborado por Postel, milenarista y joaquinita, respondía al anhelo de los cristianos que, aún manteniéndose fieles a Roma, comprendían la fuerza del movimiento reformado y temían sus efectos. La acción del Papa Angélico, según el esquema joaquinita, debía lograr la presencia divina en la cima de la Iglesia romana.
En la misma España se desarrollaron grupos inconformistas. El caso de los herejes de Durango fue el mejor documentado sobre la supervivencia del rigorismo franciscano durante la baja Edad Media. Esta herejía fue desarrollada por franciscano Alonso de Mella. El y sus adeptos combatían la devoción a la Cruz y a los sacramentos, especialmente al matrimonio y la eucaristía; practicaban la comunión de bienes y de mujeres; proponían una relectura de la Biblia, que incluía la teoría joaquinista de las Tres Edades. Los herejes de Durango creían estar viviendo en la Edad del Espíritu y ponían énfasis en el valor de la libertad personal. Esta herejía se caracterizó por la abundancia de mujeres entre sus devotas, al igual que el fraticellismo y el beguinismo heterodoxos. Ya un siglo antes, los begardos y beguinas alemanes habían afirmado la perfección radical de la naturaleza humana, libre de falta, dotada de libertad corporal, incluyendo la libertad sexual y espiritual, junto a la capacidad para desobedecer a las autoridades eclesiásticas. Estos herejes no creían en la autoridad del Papa ni en la necesidad de obras piadosas, propias de los imperfectos. También menospreciaban la Eucaristía. Los herejes de Durango intentaron crear un reino para llevar a la práctica su credo, de forma similar a otros movimientos socio-religiosos de la Baja Edad Media.
Algunos franciscanos predicaban la unión pasiva del alma con Dios y recomendaban el abandono completo a la divinidad, por lo que fueron llamados dejados. Los dejados, alumbrados o iluminados fueron un conjunto de sectas heterodoxas que florecieron en Castilla y Andalucía desde el final de la Reconquista. La primera referencia documentaria del iluminismo está fechada en Guadalajara en 1510. Allí se desarrolló en torno a la beata Isabel de la Cruz y las casas franciscanas de la Alcarria, especialmente la de La Salceda. Isabel de la Cruz fue protegida por el duque del Infantado y acogida en su palacio de Guadalajara, donde llevó una vida de plegarias y devociones. Hubo alumbrados en Toledo, Guadalajara, Llerena y Durango. El movimiento evolucionó a partir ciertas formas de espiritualidad franciscana, acogidas por los conversos, protagonizadas por monjas que caían en éxtasis místicos (como fue el caso de Francisca Hernández en Valladolid), y que eran toleradas por la jerarquía eclesiástica e incluso protegidas por la nobleza. Estos grupo de iluminados desarrollaron su vida espiritual a partir de dos principios: el abandono a Dios y la negación de la voluntad humana, lo que condujo a una intensa vida interior, caracterizada por la pasividad y al quietismo. A partir de estos dos principios se elaboró una doctrina que sostenía dos valores: la imposibilidad de pecar y la renuncia a todo culto externo. La imposibilidad de pecar nacía de la certeza del amor de Dios, que le impedía al fiel cometer ningún pecado o caer en error en materia de dogma, ni siquiera involuntariamente. En esto, los alumbrados compartieron los postulados de los anabaptistas, y algunos, como los alumbrados de Llerena, en la década de 1560, denunciaron las falsas limitaciones de la moral ordinaria y se entregaron a actos que tanto la jerarquía eclesiástica como la mayoría de la gente común condenaba como pecaminosos. Los alumbrados aseguraban estar iluminados directamente por Dios y el Espíritu Santo y predicaban que uno debía abandonarse libremente a esa inspiración. Los alumbrados negaban la realidad del libre albedrío y de la responsabilidad humana, afirmando que todos los actos se encontraban inspirados por Dios, quien obraba a través de los hombres.
Durante el siglo XVI en España se desarrollaron dos tendencias meditativas: el recogimiento, primer modelo de la mística ortodoxa, y el dejamiento, la mística heterodoxa. La frontera entre lo ortodoxo y lo herético nunca estuvo clara, ya que la mística nunca pudo identificarse con el quietismo, con la pura afectividad, o con la renuncia al intelectualismo. Todos los inconformismos religiosos españoles, tanto el franciscanismo, el iluminismo como el erasmismo tuvieron en común el rechazo al pensamiento escolástico, la urgencia en la lectura de la Biblia y la práctica de la oración mental antes que la vocal. El iluminismo surgió como una desviación de la espiritualidad franciscana, que al extenderse más allá de los claustros quedó libre de la disciplina monástica y produjo corrientes que escaparon a todo control. El franciscanismo fue el tronco común del que surgió toda la espiritualidad española del siglo XVI, tanto en las formas ortodoxas (la escuela del recogimiento y la mística de los carmelitas) como heterodoxas (el iluminismo). La efervescencia mística precedió y acompañó al erasmismo, pero no llegó a confundirse con él. Buscando aprovecharse de la protección oficial que la Corona daba a los seguidores de Erasmo, muchos alumbrados se proclamaron erasmistas, para escapar a la Inquisición.
La aparición de la Reforma cambió la actitud de la Inquisición, que procesó a los alumbrados por herejía. El grupo de la beata Isabel de la Cruz tardó varios años en llamar la atención de la Inquisición, pero finalmente en 1525, fueron condenados aquellos que se hacían llamar alumbrados, dejados o perfectos. Los iluminados eran identificados porque consideraban vano a todo culto externo o formalismo religioso y desconocían el valor de las ceremonias y los sacramentos. Los iluminados se apoyaron en las esperanzas de la gente sencilla, que buscaba una comunicación más directa y personal con Dios que aquella que ofrecía la Iglesia oficial. Por ello, la Inquisición siempre desconfió de los esfuerzos por secularizar u ofrecer mayor participación en la espiritualidad a la gente común. Para el Santo Oficio la oración, la vida contemplativa y más aún la experiencia mística debían ser privativas de las órdenes religiosas y no podían ser ejercidas particularmente. Fuera de la supervisión de la Iglesia no estaba permitida ninguna búsqueda de unión con Dios.
Entre 1523 y 1529, Pedro Ruiz de Alcaraz predicó una secta mística, los dejados, caracterizada por su quietismo, que reclutó una cantidad grande de conversos judíos. Los precedentes de estos alumbrados se encontrarían en Ibn Arabi y en los maestros espirituales andaluces. Este movimiento despertó las sospechas de las autoridades eclesiásticas porque desarrollaba sus actividades fuera de los ambientes religiosos establecidos, alejado de la comunidad y del culto público. La posición oficial de la Iglesia recomendaba huir de las cosas extraordinarias y evitar abrir las puertas a las ilusiones del demonio. En algunos casos, los alumbrados se dejaron dominar por los sentidos y se volvieron sensuales. Elaboraron doctrinas a partir del amor de Dios que llegaron a prácticas amorosas más humanas, incluyendo las carnales. Sus prácticas sexuales iban desde repetir las orgías que pudieron unir a los begardos, rodeados de mujeres obedientes a sus deseos y mantener relaciones sensuales y equívocas entre directores de conciencia y sus devotas. Buscaban la fama de santos y congregaban fieles ansiosos de participar de su santidad. A través de la lectura de El banquete de Platón se había replanteado la relación entre la espiritualidad y la carnalidad del amor. Las obras platónicas fueron difundidas en Europa por Marsilio Ficino, quien realizó su primera traducción completa al latín entre 1463 y 1469. Influido por Platón, León Hebreo escribió entre 1501 y 1502 sus Diálogos de amor, donde planteó que el amor era el principio universal que dominaba a todos los seres, la idea de las ideas, originada en Dios y finalidad de toda forma de movimiento. A finales del siglo XVI, en 1592, fray Cristóbal de Fonseca publicó su Tratado del Amor de Dios, donde condenó como locura herética la concepción del amor como entrega mística. La Iglesia buscaba siempre administrar la piedad y consideraba que la mística sólo podía desarrollarse dentro del estado eclesiástico regular. Los tratados de mística, como los de San Juan de la Cruz, debían reservarse para un reducido número de monjes y monjas. San Juan de la Cruz que había desarrollado un universo espiritual de aniquilamiento y pasividad sensorial, se expresaba a través de un simbolismo esotérico sólo podía ser comprendido por unos pocos iniciados.
A diferencia del clero católico, cada vez más organizado, los alumbrados no tuvieron ninguna unidad doctrinal, aunque los distintos grupos de iluminados compartieron el menosprecio por las formas externas del culto, a las que consideraban innecesarias, y la creencia en que por medio de la contemplación se podía alcanzar estados perfectos, caracterizados por una exacerbación extática. Negaban el beneficio o la necesidad de las prácticas exteriores y creían que los actos carnales y otros considerados pecaminosos eran adecuados para conseguir la pureza y que por ello eran lícitos. La persecución de iluminismo y sus imprecisas definiciones condujeron a una manía persecutoria, llegando a considerar alumbrados a místicos como Ignacio de Loyola, Juan de Ávila, Teresa de Jesús, Luis de Granada y Juan de la Cruz. Finalmente, hacia 1620 la Inquisición logró su erradicación.
Durante los siglos XVI y XVII España vivió un florecimiento místico. La espiritualidad de la Edad Media había sido principalmente monástica, pero el crecimiento de las ciudades y de la burguesía al final de ella, extendió la mística al mundo de los laicos. Pero fue la mística monástica, sin embargo, la que conoció una edad de oro luego de las grandes conquistas ultramarinas. La mística española surgió de las influencias islámicas, judías y humanistas y formó un catolicismo tenebroso. Este misticismo despertó las sospechas de la Inquisición y se desarrolló en un ambiente de ortodoxia rígida y esoterismo efervescente.
No se ha descubierto el derrotero que los místicos y los herejes siguieron para llegar a Perú. En el caso de España, la mística se desarrolló por influencia de los árabes en los reinos meridionales. Los más destacados de estos místicos fueron Ibn Arabi e Ibn al Farid. Ibn Arabi fue el primer filósofo musulmán que trató el sufismo. Los españoles aprendieron de la mística árabe durante largo tiempo. Los ejemplos más destacados fueron Santa Teresa de Avila y San Juan de la Cruz. En el caso de Perú no se ha establecido cuál fue el tiempo de aprendizaje de la mística, aunque ésta apareció ya en la obra de Felipe Guaman Poma.
La Contrarreforma buscó que el cristianismo que pasaba a América fuera distinto del que vivió la Edad Media. La España de la Edad Media vivió dentro de una gran senda mística, el camino de Santiago. Sin embargo, no se ha observado vestigios del culto jacobeo en América. Durante la Edad Moderna, el culto al Apóstol decayó y quedó eclipsado por el culto de Santa Teresa de Jesús. Teresa de Avila mantuvo un asombroso equilibrio entre la mística más alejada del mundo y la labor reformadora de la vida monástica. Su espiritualidad siguió las formas ya consagradas: práctica constante de la oración, meditación de los misterios y de la vida de Cristo.
La Iglesia condenó las tendencias místicas libres de reglas, que podían conducir a excesos de sensualidad y al cultivo de la vida interior sin apoyo en el mundo externo. A estos extremos llegaron los alumbrados de Llerena, cultivadores del erotismo, en 1570. Los alumbrados de Llerena rechazaban la oración a voz y preferían la contemplación, negaban el beneficio de las bulas y de los jubileos. Sus prácticas se relacionaban con el sexo.
En estos tiempos y algunos años antes hubo unos falsos alumbrados clérigos en el distrito de la Inquisición de Llerena, que querían que los tuviesen por santos; más no lo eran, sino lobos rapaces hambrientos de femenil carne humana. (Las formas complejas de la vida religiosa)
Las herejías alcanzaron al Perú. El dominico Francisco de la Cruz fue uno de los primeros herejes aparecidos en el país. Profetizó la destrucción de España y la realización del milenio en las Indias. Propuso la poligamia para los fieles, la entrega de encomiendas a perpetuidad para los criollos y el matrimonio del clero. Francisco de la Cruz tenía la esperanza de construir en América una cristiandad nueva, una sociedad humana sin defectos, nacida de la raíz apocalíptica de la profecía. Fue procesado por la Inquisición y condenado a la hoguera en 1578. El proceso contra Francisco de la Cruz resaltó la influencia que habrían ejercido las profecías del Apocalipsis aplicadas al Nuevo Mundo, identificando la aparición del Nuevo Mundo con el fin del mundo. Marcel Bataillon destacó las esperanzas utópicas ligadas al descubrimiento de América y la construcción de la nueva sociedad cristiana allende el océano en el caso de Francisco de la Cruz.
También algunos franciscanos creyeron en el recorrido providencial que realizó la fe a través del mundo: desde Oriente a Occidente, la palabra de Dios debía ser predicada a toda la humanidad, por lo que la historia del mundo según la concepción cristiana terminaría en el Nuevo Mundo. La representación lineal del recorrido histórico, típico de la cultura cristiana, estuvo presente en el franciscano Gonzalo Tenorio. El anotaba que Cristo al morir había vuelto la cabeza hacia Occidente, dando la espalda a Roma y a España. Esperaba una refundación de la ciudad de Dios en el Nuevo Mundo. El culto de Santa Rosa de Lima buscaba también la realización de la tierra prometida en América.
La pretendida unidad religiosa española era un equívoco. Los esfuerzos de la Inquisición durante el reinado de Felipe II se debieron a la conciencia, por parte de las autoridades eclesiásticas, de que España era un terreno adecuado y fértil para la Reforma. Durante el siglo XVI aparecieron muchos reformadores, no solo en los países germánicos sino también en los latinos. Los excesos del Papa y de la curia romana fueron tan conocidos en Alemania como en España y provocaron el mismo rechazo. Así un cardador de Huete, Juan Capacho, afirmaba que las imágenes de los santos eran ídolos, indignos de cualquier devoción. Gabriel Sotomayor, de Aillón, declaró su incredulidad en la confesión. Carlos de Sesso y Agustín Cazalla formaron un grupo luterano en Valladolid. Las noticias de la Reforma llegaron a América. Gonzalo Fernández de Oviedo conoció Roma en su juventud y se escandalizó con los vicios de Alejandro VI. Ya anciano, escribiendo desde Santo Domingo, execraba de Lutero y de los protestantes en Las quinquagenas de la nobleza de España.
La prédica a pueblos fuera del cristianismo se había iniciado con San Pablo, apóstol de los gentiles. Todos los pueblos debían ser conducidos al seno de la Iglesia; por ello, desde fines de la Edad Media se realizaron en España conversiones forzadas y colectivas de musulmanes y judíos. Estas conversiones despertaron tempranamente muchas sospechas y controversias y terminaron por atraer la atención de la Inquisición. Los cristianos nuevos, los bautizados de origen musulmán o judío que persistían en las creencias de sus padres se convertían en apóstatas, en hombres que desamparaban la fe. Estos hombres, los cristianos nuevos, fueron vistos como sospechosos, debido a la impureza e infección de su sangre, y a la propensión que mostraban a retomar los usos de sus mayores. Muchos de ellos migraron al Nuevo Mundo en busca de un lugar en la sociedad. Migraron a América los judíos expulsados de la península. Desde 1518 se intentó limitar el pasaje de extranjeros a América, aunque estas medidas no fueron muy eficaces. Hasta la consolidación del virreinato por Toledo habitaron el Perú unos cinco mil europeos, un décimo de los cuales no eran españoles. Los extranjeros más numerosos eran los portugueses, seguidos por los italianos y los griegos. Entre los portugueses se encontraba un número significativo de judíos conversos. No extrañaba la presencia de italianos o griegos si se recuerda la tradición mediterránea catalana, la vocación del conde de Barcelona. Los catalanes, los almogáraves, pelearon como mercenarios al servicio de Federico II de Sicilia, hijo de Pedro III de Aragón. Ellos mantuvieron a Sicilia bajo control catalán como un reino independiente hasta el ascenso al trono siciliano del rey aragonés Martín I. Durante el reinado de Federico II tuvieron lugar las expediciones almogáraves a Oriente, que terminaron con la conquista de los ducados de Atenas y Neopatria. Barcelona se debilitó con los brotes de peste en el siglo XIV, más aún cuando Nápoles se convirtió en la capital de la corona catalano-aragonesa en 1442. El advenimiento de la monarquía de los Austria, el ascenso del poder turco en Oriente y el descubrimiento de América aceleraron más su ocaso. Los catalanes pelearon contra los turcos liderados por Roger de Flor, al servicio del emperador de Bizancio. La corona aragonesa creo un extenso reino mediterráneo, que incluían los territorios originales del reino de Aragón y el condado de Barcelona, a los que se fueron sumando territorios ganados a los musulmanes de al-Andalus, como Valencia y Mallorca, posesiones italianas como Sicilia y Cerdeña e incluso posesiones ubicadas en el Mediterráneo oriental, como los ducados de Atenas y Neopatria. Cataluña vivía mirando al Mediterráneo, al sur al mundo musulmán y al norte a Occitania. Los habitantes de Cataluna y de Valencia estuvieron en contacto con los grupos heterodoxos desarrollados alrededor del Mediterráneo y algunos que vinieron a América tenían condición herética u origen musulmán.
No todos los pasajeros de Indias fueron cristianos o lo que entendía como españoles. Algunos personajes de origen musulmán alcanzaron posiciones importantes, aunque debieron ocultar para ello su origen. El capitán Gregorio Zapata hizo fortuna en Potosí y regresó a su país, donde asumió su verdadera identidad como el turco Emir Cigala. También fueron moros Cristóbal de Burgos, regidor de Lima y rico encomendero; Francisco de Talavera, concejal limeño y amigo de Francisco Pizarro; Lorenzo Farfán de los Godos, primer alcalde de San Miguel de Piura, y Nicolás de Ribera el Viejo, primer alcalde de Lima. Ellos ocultaron su identidad debido a que la presencia de musulmanes en las Indias era ilegal. La Inquisición castigaba del mismo modo la apostasía, fuera esta judía o musulmana, y todos los conversos eran tenidos por sospechosos. Los musulmanes debían tomar un nombre español y pretender pasar por cristianos. Pese a ello, siempre se sospechaba de aquellos cuyo aspecto físico resultara morisco. El mismo Diego de Almagro fue tachado de moro, ya que corría el rumor que su madre era morisca. Juan José Vega narró que Hernando Pizarro, tras ejecutar al tuerto Adelantado, ordenó que se desnudara su cadáver para comprobar si había sido circuncidado.
Además de los judíos conversos y de los herejes, un tercer grupo, los moriscos, los conversos provenientes del Islam, también fueron perseguidos por la Inquisición. Los moriscos se concentraban en Granada, en Aragón y en Valencia. Oficialmente, todos los musulmanes de Castilla se habían convertido en cristianos en 1502; los de Aragón y Valencia fueron cristianizados por un decreto de Carlos I en 1526. Pese a esto, muchos moriscos mantenían en secreto su religión y en público profesaban la de sus vencedores. Sin embargo, en las primeras décadas del siglo XVI, en los años en que era más intensa la persecución de conversos de origen judío, hubo poca actividad de la Inquisición contra los moriscos. En los reinos de Valencia y de Aragón la mayoría de los moriscos se encontraban bajo jurisdicción de la nobleza, y una persecución hubiera un grave daño a la economía regional controlada por los grandes terratenientes. En Granada, se sumaba el temor a una rebelión en una zona vulnerable a los ataques de los corsarios berberiscos, aliados de los turcos, que dominaban el Mediterráneo. Debido a esto, en la primera mitad del siglo XVI se intentó una evangelización pacífica.
En la segunda mitad del siglo, luego de varios años de reinado de Felipe II, la actitud de la Corona cambió. Entre 1568 y 1570 se produjo la guerra de las Alpujarras contra los moriscos, que fue reprimida con dureza y crueldad. Además de las ejecuciones y deportaciones en masa, la Inquisición intensificó los procesos a conversos del Islam. Los procesos a moriscos en los tribunales de Zaragoza, Valencia y Granada se volvieron numerosos a partir de 1570.
La tensión constante entre moriscos y cristianos condujo a una solución definitiva y el 4 de abril de 1609 el rey Felipe III decretó la expulsión de los moriscos, que se completó en 1614. Durante ella fueron expulsados de España cientos de miles de moriscos, bautizados y oficialmente cristianos.
Era una idea difundida que las ideas religiosas se mamaban en la leche materna, por lo que no podía tener seguridad de la fe de los hijos de padres indios, judíos o moros. El jesuita Pablo José de Arriaga puso énfasis en el significado de la leche mamada y de la herencia en la Extirpación de la idolatría del Piru de 1621
Ni se maravillará que mal tan antiguo y tan arraigado y connaturalizado con los indios no se haya del todo desarraigado, quien hubiere leído las historias eclesiásticas del principio y discurso de la Iglesia y entendiere lo que ha pasado en nuestra España, donde aún siendo advenedizos los judíos, pues entraron en ella de más de mil quinientos años, en tiempo del emperador Claudio, apenas se ha podido extirpar tan mala semilla en tierra tan limpia y donde está tan cultivada y pura y continua la sementera del Evangelio, y tan vigilante sobre ella el cuidado y solicitud del Santo Oficio. Y donde más se echa de ver la dificultad que hay en que errores en la fe, mamados con la leche y heredados de padres a hijos se olviden y desengañen, es en el ejemplo que tenemos de nuevo delante de los ojos en la expulsión de los moriscos de España. (Las formas complejas de la vida religiosa)
Otra característica que determinaba la mala fe de los recientemente bautizados era la noción del fermento, sacada de las epístolas de San Pablo. Una pequeña mancha corrompía a todo el organismo: un hereje, un apóstata o un idólatra comprometía a todo un pueblo, al igual que un indio, un judío o un moro manchaban a toda la estirpe. Esta era la razón de los estatutos de limpieza de sangre de Toledo y el argumento de sus defensores, Diego de Simancas y Juan de Escobar de Corro. La limpieza de la sangre se heredaba por los cuatro costados. La impureza de la sangre inhabilitaba para el ejercicio de cargos públicos y un cuarto de mala raza obligaba a pagar una culpa hereditariamente. Por este motivo los neófitos, como los indios, e incluso sus hijos, los mestizos, no podían ser admitidos en las órdenes sagradas ni merecer la plena confianza del rey. Para la Corona, la sangre primaba sobre cualquier otro criterio espiritual.

No hay comentarios: