viernes, 29 de abril de 2011

El hombre se relaciona con el mundo mediante herramientas. Las herramientas permiten realizar trabajos de manera más eficaz, actúan como prolongación del hombre, como máquinas que reproducen sus funciones. Los libros son herramientas que ayudan a dos funciones de la mente humana: la memoria y la imaginación.
Sujetos a la dominación, entre los andinos la memoria fue un mecanismo para conservar (o edificar) una identidad. (p. 20)
Cualquier libro sirve como un mecanismo de registro de conocimientos que permite la conservación de información. Pero el libro sirve también para inventar ideas, como un territorio para la especulación. Los libros son también herramientas para la construcción de nuevos libros. Un libro es una herramienta para aplicar sobre la realidad pero también es una herramienta para perfeccionar otra herramienta. Este uso del libro es la aplicación del conocimiento al trabajo.
Todo libro funciona como extensión de la memoria y de la imaginación. Todos son herramientas para tratar con la realidad. Los libros de historia son también herramientas de memoria e imaginación. Un libro de historia, los Comentarios reales, fueron también una herramienta de la imaginación
En 1607 y 1619, con la edición de la primera y segunda parte de losComentarios Reales, termina el nacimiento de la utopía andina. (p. 51)
Buscando un inca cuestionaba nuestra historia e indagaba los motivos de la marginación de la población andina. Buscando un inca recuperaba las tradiciones andinas para imaginar una sociedad ideal.
Una sociedad ideal está organizada para garantizar la felicidad de sus miembros. Tal sociedad ha sido una búsqueda constante en la reflexión humana. Las características de esta sociedad ideal han variado ampliamente, formando un conjunto diverso de posibles mundos deseables. La idea de la utopía denominada como tal empieza con el trabajo de Moro de 1516. Sin embargo, antes que Moro acuñara el término los lugares utópicos ya existían con muchos nombres: Paraíso, Jardín del Edén, Nueva Jerusalem, Tierra Prometida, reino del Preste Juan, Islas de San Brandan, Ciudad de Dios, Ciudad de las Damas, Tierra de Cucaña. Estos países se encontraban en los límites distantes del más allá, en los territorios de la leyenda y el mito. Los países utópicos estaban habitados por hombres justos, bendecidos y virtuosos. Además, las ideas de utopía siempre se habían mostrado relacionadas al inconformismo religioso en Occidente. La duda estaba en la medida en que se había desarrollado inconformismo religioso en los Andes.
La Europa renacentista calmó sus anhelos de felicidad acumulados durante la Edad Media imaginando la realidad americana, atribuyéndole los rasgos del Paraíso. Los pensadores del Renacimiento vieron un aura edénica en América, tanto por lo diferente como por lo novedoso de sus sociedades. Lo que se interpretaba como histórico y cultural en el caso de Europa, se entendió como mítico y utópico en el caso de América.
La utopía es la creencia colectiva que perdura por generaciones en la posibilidad del perfeccionamiento de la realidad, de manera que la vida se vuelva más deseable y satisfaga las exigencias de la condición humana. El cristianismo tuvo un papel central en la imaginación utópica medieval europea, ya que reconocía a los hombres la condición de seres libres y el anhelo de vivir felices, por lo que convertía a los hombres en utópicos, llenos de esperanza por una vida de armonía y trascendencia.
Los cronistas de la Conquista hicieron las primeras descripciones utópicas de la realidad americana y la definieron como la alteridad de Europa. Américo Vespuccio hizo la primera descripción idealizada del continente descubierto. En sus breves Cartas de Viajea la familia Médicis, a la que servía, Vespuccio describió a los pobladores que había visto en sus travesías por las costas de Venezuela, Brasil y Argentina como hombres libres de señores y servidumbres:
… los hombres no acostumbran tener capitán alguno, ni andan en orden, pues cada cual es señor de sí mismo. La causa de sus guerras no es la ambición de reinar, ni de extender sus dominios, ni desordenada codicia, sino alguna antigua enemistad de tiempos pasados.
Para un europeo, proveniente de una sociedad regulada estrictamente por relaciones de servidumbre, donde la sociedad estamental establecía para toda su vida la posición de los hombres, la descripción hecha por Vespucio parecería un camino de salvación, basado en el rechazo de la realidad opresiva europea para buscar esa felicidad posible en el Nuevo Mundo. La esperanza tomó una forma concreta y la ilusión era alcanzar esa Tierra Prometida que existía en América, donde no existían reyes, ni señores, ni se debía obediencia a nadie.
Las Cartas de Viaje de Américo Vespucio fueron incluidas por Martin Waldseemüller en su Universalis Cosmographia de 1507. La interpretación del texto de Vespucio fue ambigua, ya que las cartas podían ser entendidas tanto como un escrito de geografía, de historia, de navegación o como una ficción. Waldseemüller acomodó las tres cartas dirigidas a los Médicis como si fueran relatos de los cuatro viajes que Vespucio realizó al nuevo continente entre 1497 y 1502. Waldseemüller tituló por cuenta propia el tercer relato, la carta dirigida a Lorenzo di Pier Francesco de Medicis como Novus Mundus, donde afirmaba que las tierras descubiertas no eran una prolongación de Asia, sino un nuevo continente. Waldseemüller dio el nombre de América a este nuevo continente en su versión de Geografía de Claudio Ptolomeo que preparó en la abadía de Saint Dié y publicó en 1507.
Waldseemüller hizo a Vespucio afirmar que en verdad existía un nuevo mundo yendo a las Indias por Occidente. De esta forma quedó establecido el modo como Europa miraría a América. La expresión Nuevo Mundo surgió de una cita del Apocalipsis. El relato de Américo Vespucio, que revelaba las dimensiones continentales de las tierras occidentales, un Mundus Novus: enorme, poblado de innumerables gentes, tal como se citaba en el Apocalipsis:
y vi nuevo cielo y nueva tierra. (Apocalipsis, 21: 1)
Desde ese momento se estableció el vínculo entre el nuevo continente y la imagen de la profecía cristiana de final de la historia. El Nuevo Mundo se convirtió en el país de los sueños, la Nueva Arcadia, la tierra donde el hombre nacía bueno, no existían las jerarquías y las mujeres no tenían vergüenza de su desnudez. América se convirtió en…
El territorio por excelencia de las utopías prácticas. (p. 33)
Este modo de ver a América se enraizó en la mentalidad europea y, por influencia de ella, en la mentalidad del hombre americano. Los americanos nacieron como hombres utópicos, creyentes de que América era la realidad alterna de Europa. Durante el Renacimiento Europa se abocó a la reflexión sobre de la antigüedad clásica y la realidad americana. La imprenta hizo posible la difusión de tratados de la Antigüedad, de los libros de Aristóteles y Platón, la cosmografía de Ptolomeo, las historias de Herodoto, y todo el mundo de héroes, navegantes, silvanos, ninfas y náyades del mundo grecolatino. En el imaginario europeo proliferaron los animalia monstruosa conocidos desde la Antigüedad.
Casi todos los cronistas, desde Colón hasta los oficiales de la Corona, describieron América con estos términos fantásticos. Con el Renacimiento, la antigüedad clásica fue tenida como la referencia válida y el modelo pleno de autoridad. Este conocimiento erudito del pasado, arcaico y anacrónico era el conocimiento objetivo que Europa había desarrollado al terminar la Edad Media y fue el que se empleó para estudiar la realidad americana. En ese sentido se puede afirmar que Europa inventó América.
La Utopía de Moro sentó las bases para la renovación del pensamiento político europeo; pero la Utopía de Moro no debe leerse desconociendo dos libros anteriores a ella: Las cartas de Américo Vespucio y Las Décadas de Pedro Mártir de Anglería.
Pedro Mártir de Anglería (1456-1526) fue un humanista italiano, autor de la primera historia general de América. Pasó su juventud en Roma, protegido por el cardenal Ascanio Sforza. En 1488 viajó a España en el séquito de Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, embajador de España en la Santa Sede. Vivió en la corte de los Reyes Católicos y en 1492 tomó parte en la conquista de Granada. Ese mismo año se ordenó sacerdote y sirvió como capellán de la reina Isabel desde 1501. Después de la muerte de la reina en 1504, sirvió al rey Fernando y la nueva reina de Castilla, doña Juana. Tras la muerte de Fernando el Católico en 1516, sirvió al emperador Carlos V.
En 1518 fue nombrado consejero de Indias. Dos años más tarde le encomendó las funciones de cronista. En 1523 fue nombrado arcipreste de Ocaña y en 1524 abad de Jamaica. Pedro Mártir de Anglería murió en 1526.
En su función de cronista de la corte, recabó información sobre América sin llegar a viajar a ella. Entrevistó a los viajeros que regresaban del Caribe, tales como Cristóbal Colón, Américo Vespucio o Fernando de Magallanes, e incluso a conquistadores, como Hernán Cortés. Todos los datos que reunió sirvieron de base para su futura obra, las Décadas de Orbe Novo o Décadas del Nuevo Mundo. Esta obra fue escrita entre 1494 y 1526. La primera parte de ella, la primera década, se publicó en Sevilla en 1511, sin autorización de Anglería. El mismo se encargaría de publicar las siguientes tres partes, cinco añosdespués, en Alcalá de Henares. La obra completa se publicó hasta 1550, 24 años después de la muerte del autor.
Desde el inicio de su publicación por entregas en 1511, las Décadas gozaron de una gran popularidad. En ellas se encontraban ya los primeros elementos constituyentes de las percepciones del hombre americano, tales como su condición natural. Esta idea alcanzaría su mayor desarrollo en las obras de Rousseau, quien elaboró una filosofía naturalista de encomio al buen salvaje. Mártir de Anglería describió una sabiduría americana y una teoría sobre la propiedad, la ausencia de la propiedad privada. Esta idea fue asombrosa para los europeos, provenientes de un mundo en el cual había que respetar los bienes ajenos.
En 1534, una editora de Lyon, la casa Notre Dame de Comfort, publicó un breve libro que marcó el imaginario occidental, las Nouvelles certaines des isles du Pérou, de autor anónimo. La obra narra la captura de Atahualpa por Pizarro, ocurrida en Cajamarca en noviembre de 1532, menos de dos años después de ocurridos los hechos. Informa sobre la ejecución de Atahualpa y el transporte del oro y de la plata del rescate regio hacia España. El padre Bartolomé de las Casas, que se encontraba en Santo Domingo, dio testimonio de que los barcos con el rescate de Atahualpa viajaron a España. LasNouvelles certaines des isles du Pérou popularizaron en Francia y Europa la creencia en la riqueza inmensa del Perú. Las Nouvelles certaines des isles du Pérou debieron emplear como fuente a una crónica española, tal vez la de Pedro Sancho o tal vez Francisco de Xerés, que ya circulaba como manuscrito.
Estos libros crearon un ambiente de fascinación por el Perú y prepararon el terreno para que el Inca Garcilaso asombrara al mundo con su descripción de la organización del Imperio Inca.

lunes, 25 de abril de 2011


A partir del siglo XIII Europa pasó por profundas transformaciones que dieron origen al sistema de estados-nación centralizados característico de la Edad Moderna. En España se inició tempranamente este proceso, aunque todavía en el siglo XVII el país no existía como una nación con un gobierno centralizado, sino que la Corona española comprendía a varios reinos: Aragón, Valencia y Castilla. Esta última era la base del poderío y principal fuente impositiva de la Corona. Durante el siglo XVI España fue la gran potencia europea. Las Cortes castellanas habían desarrollado atribuciones fiscales y la Corona se había enriquecido con el oro de las Indias. Sin embargo, a medida que se avanzaba hacia el final del siglo y al inicio del siguiente, España fue perdiendo terreno ante los demás países europeos y ante Francia en particular, la que le disputó la hegemonía y la que más notablemente aumentó su centralización y su fiscalidad durante el siglo XVII. En protesta contra ello el Parlamento de París tuvo que levantarse varias veces, entre 1648 y 1653. A la larga Francia desarrollaría las potencialidades de la modernidad antes que España.
La hegemonía hispana comenzó con la elección de Carlos I de España al trono del Sacro Imperio en 1519. Sin embargo, el emperador Carlos estableció una monarquía universal que carecía de unidad política y de cualquier forma de gobierno que vinculara a los reinos y feudos que la integraban. Carlos I había sido desde 1516 rey de los reinos castellanos (Castilla, León, Toledo, Murcia, Córdova, Sevilla y Granada), de los reinos anexionados a éstos (Navarra, el país vasco y las Indias) y de los dominios de la Corona de Aragón (los reinos de Aragón y Valencia, el principado de Cataluña y sus territorios mediterráneos, el reino de Nápoles, Sicilia y las Baleares). Las Indias que heredó de su madre comprendían solamente las Antillas, pero en las dos décadas siguientes, con la Conquista de México en 1521 y de Perú en 1532, se extendieron a dos grandes virreinatos. Además de sus dominios peninsulares, Carlos I heredó Flandes y el Franco Condado, territorios borgoñones. En 1519, al ser elegido Emperador, había recibido los feudos patrimoniales de los Habsburgos en Alemania y Austria.
Carlos V fue un señor feudal, siempre tuvo en alta estima el ideal de la caballería y en toda ocasión se comportó como el primer caballero, aunque este modelo de conducta ya había quedado anticuado en el siglo XVI. Desde el siglo XIII se había observado un proceso paulatino de decadencia de la caballería feudal como fuerza de combate, debido a su incapacidad para adaptarse a los cambios tecnológicos en la guerra durante la Baja Edad Media. La expansión y especialización de la infantería y el desarrollo de las armas de fuego habían puesto en evidencia el ocaso de la caballería feudal. Este final quedó manifestado claramente en la transformación funcional de los torneos ocurrida entre los siglos XII al XV, cuando dejaron de ser un ejercicio de entrenamiento militar de la nobleza y se convirtieron en un espectáculo cortesano de recreo, un ritual de autoafirmación aristocrático, sin verdadero valor militar.
Carlos fue el gran monarca español del Renacimiento. El Renacimiento se caracterizó por una explosión de vitalidad en todos los aspectos de la sociedad: recuperación demográfica después de la Peste negra, expansión del comercio, crecimiento de las ciudades, fortalecimiento de los Estados nacionales, invención de la imprenta, grandes descubrimientos en ultramar, recuperación de la cultura clásica grecolatina. La sociedad renacentista fue sin dudas una sociedad expansiva e innovadora, pero, al igual que la sociedad medieval, siguió siendo más aristocrática que burguesa, pese a las apariencias. Desde mediados del siglo XV hasta finales del siglo XVI, Europa y España vivieron un período de crecimiento, al tiempo que pasaban del feudalismo al capitalismo, abandonando el sistema de relaciones sociales en el cual la moneda tenía un papel secundario a un nuevo sistema donde el dinero se constituyó en el motor de la economía. Las grandes remesas de oro y plata americanos que llegaban a Sevilla desde el principio del siglo XVI no crearon esta transformación, pero sí la estimularon tanto como a las actividades comerciales.
La sociedad española sobre la que reinó Carlos V en el siglo XVI fue creativa y renovadora, entregada de lleno a desarrollar nuevas capacidades. Durante este siglo, el país prosperó en base a dos grandes recursos: la producción de lana a partir de los carneros merinos de calidad superior, llevada adelante por la Mesta, y el flujo constante de metales preciosos desde las Indias. Pese a la posición preponderante que España ejerció en Europa, no logró consolidarse como una nación moderna ni transformarse en una sociedad capitalista. España mantuvo un crecimiento demográfico sostenido durante todo el siglo XVI, lo que tenía relación con la prosperidad general del reino. Esta prosperidad ocurrió principalmente en los territorios castellanos, más que en Aragón o en Navarra. Castilla abarcaba el 65% del territorio peninsular y comprendía al 75% de la población. El crecimiento demográfico produjo desarrollo de las ciudades, particularmente Valladolid, Segovia, Toledo y Sevilla. Sin embargo, la población española continuó siendo predominante rural, estimulada por la necesidad de ampliar la frontera agrícola frente a las crecientes demandas de cereales, carnes, vino y aceite de una sociedad en expansión. La labranza y la ganadería fueron actividades complementarias pero enfrentadas entre sí por la necesidad de tierras, especialmente en las décadas finales del siglo XVI.
La población española comprendía grupos privilegiados y gente común, los villanos o pecheros. Los grupos privilegiados poseían un status jurídico especial, una situación económica favorecida y ejercían una influencia determinante en la sociedad. Estas tres características estaban presentes en la nobleza.
Laestamento dominante de la sociedad de la edad media. El Código de las Siete Partidassostenía que “Defensores son uno de los tres estados por que Dios quiso que se mantuviese el mundo”. Los nobles eran guerreros, que combatían con armadura y a caballo, por lo que identificaron los términos nobleza y caballería.
La nobleza, durante el siglo XVI, comprendía tres niveles: grandes y títulos, caballeros e hidalgos. Los grandes de España eran unas pocas familias: Enríquez, Velasco, Mendoza, Pimentel, Alvarez de Toledo. El número de grandes y títulos fue aumentado con la centuria. A principios de siglo hubo 25 familias de grandes y 35 de títulos, a finales de siglo eran 41 y 99 respectivamente. Los grandes gozaban de privilegios reales: se podían mantener con la cabeza cubierta y sentados en presencia del rey, la reina se levantaba para recibirlos a ellos y a sus mujeres, podían escuchar misa a caballo. Los grandes fueron el principal grupo privilegiado, poseían ingentes riquezas, por la que antes se los había llamado ricos hombres, y tenían un enorme poder político. Los grandes señores laicos y eclesiásticos administraban más de la tercera parte del territorio español. Estos señores desempeñaban funciones judiciales, administrativas y económicas en sus dominios. Los señores ejercían en sus dominios las funciones de la Corona. Los nobles no ejercían ningún oficio vil ni realizaban trabajos manuales, llevaban una vida ociosa y desocupada, dedicados a las fiestas, los banquetes, los paseos o la caza, manteniendo a un séquito de criados y sirvientes. Los criados no eran sirvientes en sentido actual de la palabra, sino que comprendían a todos aquellos que se acogían en la casa de un señor, bajo su protección, y eran literalmente criados por él. Incluso podían ser criados los jóvenes nobles que completaban su educación al servicio de un rico señor, que podía ser pariente suyo.
Se denominaba caballeros a los integrantes de las Ordenes militares de Santiago, Alcántara, Calatrava y Montesa; a los señores de vasallos que percibían, tributos, rentas y derechos, y a los mismos miembros de las oligarquías municipales. Las Ordenes militares habían sido creadas durante la baja Edad Media y tomaron parte en las cruzadas y , en el caso de las Ordenes españolas, en las guerras de la Reconquista. La Orden de Santiago fue fundada en 1161 para proteger a los romeros que peregrinaban al santuario de Compostela y adoptó la regla de San Agustín, aunque no tomaron el voto de castidad. La Orden de Alcántara fue fundada en 1156 y adoptó la regla del Cister, hasta que en el siglo XVI abandonaron el voto de castidad por la defensa de la Inmaculada Concepción. La Orden de Calatrava fue fundada en 1158 y adoptó la regla de San Benito. La Orden de Nuestra Señora de Montesa fue fundada por Jaime II de Aragón y aprobada por el Papa en 1317; su objetivo fue luchar contra los piratas berberiscos que asolaban las costas de Valencia. Los maestrazgos de Santiago, de Calatrava y de Alcántara fueron sometidos a la Corona por los Reyes Católicos en 1492, cuando Fernando de Aragón consiguió la concesión del título de Gran Maestre de estas tres Ordenes en forma vitalicia por el papa Alejandro VI. Tras la muerte de Fernando II, el Emperador Carlos incorporó definitivamente a la Corona los maestrazgos de Santiago, Calatrava y Alcántara en 1523. El maestrazgo de Montesa fue incorporado a la Corona por Felipe II en 1587. Después de la incorporación de los maestrazgos, los hábitos de las Ordenes militares fueron empleados para recompensar méritos o servicios realizados a la Corona, aunque en la segunda mitad del siglo XVI empezaron a ser adjudicados principalmente a segundones de familias nobles.
Los hidalgos eran el nivel inferior del estamento nobiliario. Existía hidalguía notoria, de solar conocido, e hidalguía de privilegio. Los hidalgos notorios eran de sangre noble, mientras que los hidalgos de privilegio habían obtenido la hidalguía por merced real o la habían comprado.
Todos estos grupos privilegiados estaban exentos del pago de impuestos directos, es decir, no tenían la condición de pecheros. A diferencia de otros países europeos, la condición noble fue más frecuente en España. En el censo de 1591 se registraron más de 600,000 nobles, una décima parte de la población. Sin embargo, la proporción de hidalgos no fue pareja en todo el reino. En las provincias del norte, en Asturias y en Merindad de Transmiera, los hidalgos fueron el 75% y el 85% de la población, mientras que en Burgos, León, Soria o Valladolid fueron de 8% a 25%, disminuyendo en Andalucía de 6% y reduciéndose a 3% de Extremadura, comparable ya al promedio europeo.
Los nobles eran fundamentalmente un grupo urbano. Las familias principales establecieron sus residencias en las ciudades, tales como los Benavente en Valladolid; los Velasco, condestables de Castilla, en Burgos; los Enríquez, almirantes de Castilla, en Medina de Rioseco; los duques del Infantado en Guadalajara; o los duques de Alba en Alba de Tormes. En el campo vivía menos gente noble, por lo general hidalgos pobres.
La hidalguía quedaba definida por la libertad del hombre, entendida como la exención de tributar. El empadronamiento en el listado de tributarios reducía al hombre a la condición de villano pechero. En esto la hidalguía seguía la noción de libertad que podía verse entre los pueblos beduinos y bereberes que conquistaron al-Andalus. La hidalguía podía ganarse lo mismo que heredarse. Sin embargo, la hidalguía hereditaria, aquella de la que no había memoria de su principio, era tenida por más honrosa.
Existían tres vías para alcanzar la hidalguía: el valor, la virtud y la riqueza. La mejor vía para llegar a la hidalguía era la del valor demostrado en combate, en la Reconquista, en las guerras del rey en Italia y Flandes o, en menor medida, en la Conquista de América. La segunda vía era la virtud o mérito personal demostrado mediante los servicios civiles. Este era el caso de quienes habían conseguido la hidalguía por el estudio, al doctorarse en las universidades de Salamanca, Valladolid o Alcalá de Henares y que se extendería a todos los letrados como grupo. La última vía, la de la riqueza, era la forma menos predecible y menos honorable de alcanzar la hidalguía, ya que era necesario que la riqueza no proviniese de una fuente vil. Por definición, los hidalgos no podían dedicarse a las artes mecánicas sino que debían sostenerse con el producto de sus tierras. Por ello, muchos burgueses que habían prosperados con los trabajos de las ciudades, tales como la producción de lanas en Cuenca o Segovia o la de seda en Valencia o Granada, tan pronto pudieron renunciaron a sus anteriores oficios y compraron tierras para poder vivir honrosamente de las rentas que ellas les dieran. Algunos incluso, para abandonar los estigmas de sus anteriores vidas, se mudaron a otras ciudades y pueblos y empezaron nuevas vidas. Por ejemplo, Juan Sánchez, abuelo de Santa Teresa de Jesús, abandonó Toledo tras haber sido condenado por la Inquisición en 1485 y se estableció en Avila, donde compró tierras y se dedicó a cultivarlas. Cuando veinte años después se intentó empadronar a su hijo Alonso Sánchez de Cepeda, padre de la santa, él denunció este abuso a la Chancillería de Valladolid, la que admitió su condición de hidalgo en 1523.
La distinción entre caballeros e hidalgos no fue siempre clara. Durante la Edad Media, la condición de hidalgo tenía más prestigio que la de caballero, ya que implicaba un origen noble, mientras que la caballería se había formado a partir del ejercicio militar como jinete y con caballo en las guerras de la Reconquista, dando cabida a todos los hombres. Incluso había existido una caballería de origen villano, la caballería de cuantía, a partir de la cual se formó una nueva nobleza. Sin embargo, ya en el siglo XVI los caballeros habían superado en prestigio a los hidalgos. En general se entendía que los caballeros gozaban de una buena posición económica, mientras que los hidalgos eran una nobleza empobrecida. Pese a la pobreza, los hidalgos se resistían a ejercer oficio mecánicos, ya que el hecho de trabajar les habría significado la pérdida de su honra.
La prosperidad general alteró la vida cotidiana de los españoles, tanto nobles como villanos. La gente se acostumbró a vestir bien, lucir joyas, vivir en casas acomodadas, salir a fiestas, banquetes, recreos, al teatro y a los paseos. Las Cortes protestaron varias veces contra el lujo, sin mayor resultado. El humanista y luego hereje Arias Montano denunció el gusto de los jóvenes adinerados por viajar al extranjero, sobre todo a Italia, de donde aprendían costumbres extrañas y el menosprecio por su tierra.
La necesidad de lujos llevaba a gastar más de lo que se tenía, a tomar prestado y a contraer deudas. Estas deudas, los censos, fueron empleadas algunas veces para financiar la propia economía, sea en la agricultura, la ganadería, la construcción, la vivienda y otras actividades productivas. Pero los censos también fueron empleados para comprar mercedes, villazgos, regimientos, para dotar conventos y para gastos suntuarios. Los españoles en general deseaban vivir como caballeros, de sus rentas, sin trabajar.
El Renacimiento en España, el desarrollo del capitalismo comercial y el afianzamiento del Estado moderno, a la larga no trajeron beneficios a la burguesía o los funcionarios reales. La aristocracia fue la principal beneficiada. Fue la aristocracia, antes que la burguesía, la que trajo y difundió en España el Renacimiento italiano. Los grandes, como la familia Mendoza, el almirante de Castilla, el maestre de Alcántara, el duque de Alba, el conde de Ureña, el de Benavente o los marqueses de Priego, fueron los principales mecenas. Las cortes de los príncipes o de los nobles fueron el foco de la sociedad renacentista y no las ciudades.
El desarrollo del comercio internacional favoreció y enriqueció a los mercaderes burgueses, pero no los convirtió en un grupo social organizado. La sociedad española del siglo XVI continuó siendo estamental y siguió fundada en los privilegios. Los grupos en ascenso buscaron integrarse a la nobleza más que modificar el orden social. Los conquistadores, letrados o mercaderes, provenientes de los estratos inferiores, una vez que lograron la fortuna buscaron ganarse la hidalguía y integrarse al grupo dominante, separándose de la masa de los plebeyos. Este anhelo de promoción social fue estimulado y la nobleza no se comportó como una casta cerrada, al menos durante el reinado de Carlos V. En la España del siglo XVI un burgués podía ascender a la categoría de hidalgo o caballero siempre que aceptara los ideales nobiliarios y el modo de vida aristocrático, caracterizado por el ocio y la negativa a dedicarse al trabajo mecánico y a los oficios viles.
La integración a la hidalguía debía ocurrir paulatinamente, no en una sola vida. Los padres acumulaban riqueza para poder casar a sus hijos con doncellas nobles o para comprar para ellos regimientos o lugares de señorío y convertirlos en hidalgos y en caballeros.
El triunfo de los valores caballerescos condujo al menosprecio creciente del ejercicio de las actividades productivas y del trabajo manual, que se consideró impropio de un caballero. Aunque la ociosidad fue censurada como enemiga del alma, el trabajo manual fue condenado como una maldición. El trabajo se convirtió en sinónimo de pobreza y vileza. Incluso para los que tenían que trabajar, se les desalentaba a esforzarse: el trabajo debía ser mesurado, no convenía ser perezoso pero tampoco muy acucioso, ya que sólo se debía aspirar a ganar lo que fuera justo y permitiera una vida honesta, sin afanarse trabajando sin descanso por la codicia de ganar.
Los nobles pobres, que no podían trabajar por no menguar su honra, muchas veces no tenían otra alternativa que entrar en el servicio de un Grande o de un título, vivir en su palacio a costa de su señor, acompañándolo cuando partiese a la guerra o a la corte, a las fiestas y a los paseos, reforzando sus vínculos con la vida caballeresca. Este fue el destino de muchos jóvenes nobles, servir como pajes.
La ociosidad forzada fue un de los mayores problemas de la España renacentista. El aumento del número de personas dedicadas a los servicios y el desprecio por las labores manuales fueron causa y efecto del deterioro de la situación económica, social y moral durante el siglo XVI.
El aumento de la oferta de servicios para las casas de los ricos y nobles no pudo resolver los problemas originados en el exceso de población. Muchos se quedaron en paro, sin medios de subsistencia, y se dedicaron a la mendicidad. Los mendigos debían ser pagados por la nobleza, ya que la moral de la época consideraba que los ricos tenían la obligación de dar limosnas a los desamparados.
Sin embargo, la ociosidad no fue la causa sino la consecuencia de la crisis económica y de la inflación. La gente no quería trabajar por salarios miserables y que además les cerraban las posibilidades de promoción social.
Frente a la nobleza se encontraba la gente común, los plebeyos, los pecheros. Ellos tampoco fueron un grupo uniforme. Entre ellos existían diferencias, fuese porque viviesen en las ciudades o en el campo y en los dominios señoriales o en las jurisdicciones municipales dentro de los territorios de realengo. Las ciudades y villas gozaban de fueros especiales, obtenidos mediante cartas de derecho que les reconocían jurisdicción dentro de un territorio determinado. Los grandes concejos gozaban de un autonomía relativa, menor que de los grandes señoríos, pero que les permitía administrarse independientemente a través de una junta de regidores, aunque siempre con la presencia de un representante de la Corona, el corregidor, que presidía al concejo de regidores, a los jurados y a los otros funcionarios municipales. La jurisdicción de los concejos no estaba restringida a los límites de la ciudad, sino que se extendía a las zonas vecinas o incluso a toda una provincia. La administración del territorio español durante el siglo XVI fue quedando más allá de la autoridad directa de la Corona para quedar a cargo de los señoríos o los municipios. Estos territorios constituían el reino. Entre el rey y el reino, de acuerdo a las teorías políticas heredadas de la Edad Media, existía un acuerdo tácito, ya que el reino no era propiedad del rey, sino que el rey debía mantener la paz y la justicia en el reino, a cambio de lo cual el reino debía acatar las órdenes del rey y contribuir con sus servicios. El reino estaba representado por las Cortes. Sin embargo, las Cortes no eran una representación total del reino, sino solamente de los municipios de realengo. Unicamente tenían participación en ellas dieciocho ciudades: Burgos, Soria, Segovia, Avila, Valladolid, León, Salamanca, Zamora, Toro, Toledo, Cuenca, Guadalajara, Madrid, Sevilla, Córdova, Jaén, Murcia y Granada. Durante los siglo XV y XVI Valladolid fue la capital castellana. La participación en las Cortes no era un derecho cívico, sino el privilegio de estas ciudades. Este privilegio era ejercido por dos procuradores nombrados por las oligarquías municipales de los regidores. Para 1550, España organizó la administración de su imperio americano a partir de los cabildos de las ciudades que había fundado los conquistadores. La Corona quedó representada en sus dominios ultramarinos por funcionarios tales como virreyes, gobernadores, alcaldes mayores y corregidores y por tribunales de justicia, las audiencias.
Los cabildos fueron los principales organismos de gobierno de las ciudades americanas, establecidos de acuerdo al modelo de los cabildos castellanos medievales. Estaban organizados en base al gobierno comunal, ejercido por el conjunto de vecinos a través de sus representantes elegidos, los alcaldes y los regidores, aunque esto solía ser un ideal teórico. A partir de 1591, los cargos podían ser comprados a través del sistema de venta de oficios, hasta convertirse en vitalicios y hereditarios. El número de funcionarios municipales variaba según la importancia de la ciudad, pero solía incluir dos alcaldes ordinarios, seis regidores y un número variable de oficiales; los alcaldes y regidores eran elegidos anualmente. La Corona controlaba este sistema de autogobierno municipal a través de los corregidores o alcaldes mayores, nombrados directamente por el rey o por su representante, el virrey. Los corregidores no podían ser vecinos de la ciudad en la que ejercían su cargo ni debían poseer tierras en ella o en su distrito. Para los pueblos de indios se nombraron corregidores de indios, encargados de las funciones del gobierno en ellos, supervisando la función de los caciques.
Los cabildos administraban sus propias rentas, obtenidas de los impuestos municipales, y cuidaban de las necesidades de mantenimiento de la ciudad y sus habitantes. Podían establecer los precios y la distribución de las mercancías, vigilaban los pesos y medidas en los comercios; y hacían conocidas las normas de gobierno de la ciudad mediante la publicación de las Ordenanzas, aprobadas por el rey o el virrey.
El cabildo estaba autorizado a repartir tierras entre los vecinos y a administrar los bienes comunales, propiedad del ayuntamiento y de uso de los vecinos. Durante los primeros años de la colonia, los cargos del cabildo fueron ocupados por los encomenderos, pero después fueron sustituidos por las oligarquías criollas locales hasta convertirlos casi en monopolios.
Los cabildos defendieron los fueros y privilegios de las ciudades. En la Europa de los siglos XVI y XVII, la defensa de las libertades tuvo mayor relación con la existencia de privilegios que con los ideales de libertad personal. La defensa de la libertad significaba la protección contra métodos impositivos arbitrarios y la persistencia de privilegios obtenidos por las elites locales y regionales. En la raíz de la rebelión de los Países Bajos de 1588 había estado en la defensa de los privilegios ganados por las ciudades y provincias holandesas. También estaba en la base del levantamiento de los ferrones o en el motín de Esquilache. Las clases populares protestaban por los intentos de la Corona de lograr un mayor poder sobre la vida de sus súbditos, sin ofrecer nada a cambio, sin mejoras en las condiciones de vida y sin asumir responsabilidad alguna por sus acciones.
España también conoció rebeliones durante el reinado de los Austria y contra ellas lucharon los reyes. La más famosa de todas, la rebelión de las Comunidades de Castilla comenzó en abril de 1520, en Toledo, cuando el ayuntamiento se negó a acatar las órdenes de la Corte y del corregidor, que buscaban incrementar la tributación. Para evitar que la rebelión se extendiera, el rey citó a Juan de Padilla, Hernando de Avalos y Gonzalo Gaitán, los regidores más comprometidos en el levantamiento, a comparecer ante su presencia en La Coruña, pero un levantamiento popular impidió abandonar la ciudad y los aclamó como defensores de las libertades del pueblo. La gente común amotinada destituyó al regimiento tradicional y lo remplazó por una asamblea integrada por diputados de todos los barrios de la ciudad. Esta asamblea proclamó su fidelidad a la Corona y pretendió gobernar en nombre del rey don Carlos, de la reina doña Juana y de la comunidad.
El detonante de la rebelión habían sido los impuestos excesivos que las Cortes de La Coruña habían votado para el rey. Se acusó a los procuradores de las ciudades por haber aceptado impuestos que obligaban a todo hombre casado a pagar un ducado por sí mismo, otro ducado por su esposa, dos reales por cada niño, un real por cada criado, cinco maravedíes por cada oveja o cordero, etc., y gravaba fuertemente la carne, el pescado, el aceite, la cera, los huevos y otros artículo de uso común. Estallaron motines en Segovia en mayo, en Burgos en junio y después en muchas otras ciudades. Luego la Comunidad de Toledo convocó a los representantes de las ciudades con voz y voto en las Cortes para pedir al rey la anulación de los impuestos aprobados por las Cortes de La Coruña, retornar al sistema de encabezamientos para las alcabalas y nombrar un regente castellano, y no extranjero, que gobernara el reino cuando el rey se ausentara.
Solamente Segovia, Salamanca, Toro y Zamora respondieron a la convocatoria de Toledo. El cardenal Adriano, regente del reino, comprendió el descontento popular y convenció al rey para renunciar a los servicios votados por las Cortes de La Coruña y regresar al encabezamiento. Pero el presidente del Consejo Real, Antonio de Rojas, arzobispo de Granada, estaba convencido de que se debía castigar con dureza a los rebeldes. Este fue el detonante de la rebelión. La intervención del ejército real para sojuzgar a Segovia llevó al incendio de Medina del Campo y la indignación general en Castilla. Segovia, Toledo y Madrid reclutaron milicias urbanas y sus jefes, Juan Bravo, Juan de Padilla y Zapata, se reunieron con la reina Juana en Tordesillas. Con el apoyo de la reina trece ciudades con voz y voto en las Cortes tomaron parte en el movimiento: Toledo, Salamanca, Segovia, Toro, Burgos, Soria, Avila, Valladolid, León, Zamora, Cuenca, Guadalajara y Madrid. Las ciudades formaron una Junta General de gobierno en Tordesillas y cuestionaron el derecho de Carlos de Austria para proclamarse rey en vida de su madre. Reivindicaron el derecho para gobernar en nombre de la Reina y de las Comunidades, pero la reina abandonó el movimiento en cuanto este empezó a radicalizarse. Amenazada por las fuerzas reales, la Junta se retiró a Valladolid y desde allí pretendieron transformar el gobierno sometiendo al rey al control de los representantes del reino y limitando las prerrogativas y privilegios de la nobleza. A partir de enero de 1521 se desarrollaron motines antiseñoriales y el movimiento comunero terminó por dividirse en un ala radical y un ala moderada. Algunos lideres comuneros, como Pero Laso de la Vega, desertaron y se pasaron al bando real. Los virreyes españoles, fortalecida su posición, buscaron un enfrentamiento definitivo con los comuneros, que tuvo lugar el 23 de abril de 1521 en Villamar. El movimiento comunero fue derrotado y sus líderes militares, Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado fueron ejecutados.
La rebelión de las Germanías de Valencia ocurrió al mismo tiempo que la de las Comunidades de Castilla. Si el movimiento comunero había demostrado los conflictos entre los rasgos modernos presentes en las ciudades y las tensiones entre los campesinos y los grandes terratenientes en campo y había sido derrotado por la alianza entre el naciente absolutismo real y la defensa de la nobleza de sus privilegios; el movimiento de las Germanías surgió del enfrentamiento entre el artesanado y el proletariado urbanos, excluidos de cualquier representación municipal, contra los vasallos mudéjares del reino de Valencia y sus señores. El movimiento de las Germanías no surgió en contra del rey Carlos, sino como una forma de defensa contra las incursiones de los piratas berberiscos, que fue escalando en violencia y persistencia hasta convertirse en un movimiento antiseñorial. Además las Germanías mostraron fuertes rasgos mesiánicos y milenaristas. Estos se manifestaron a través de las acciones de un fraile ermitaño de la huerta de Valencia, Enrique Enríquez de Ribera, que se decía nieto de los Reyes Católicos, a quien llamaron el Encubierto. El mismo había asegurado ser hijo del póstumo del príncipe Juan y de Margarita de Austria, desposeído de sus derechos por un complot tramado por el cardenal Cisneros y el cardenal Mendoza para permitir que reinaran la princesa Juana y su marido, Felipe el Hermoso. El Encubierto encabezo la lucha contra el virrey de Valencia, el conde de Melito, hasta que fue asesinado el 18 de mayo de 1522. Sin embargo, algunos decían que había escapado a la muerte y que continuaba vivo en 1546 con el nombre de Juan de Toledo, sobrino de duque de Alba.
La Conquista de América ocurrió al mismo tiempo que la Corona lucha por asegurar su poder en España. Por ello, los funcionarios reales tardaron en llegar al Nuevo Mundo y cuando lo hicieron encontraron que los conquistadores habían establecido una organización administrativa de los territorios que reproducía el orden peninsular basado en municipios y señoríos. Los conquistadores trataron de establecerse como caballeros civiles y señores de tierras. La mayoría de los conquistadores eran oriundos de Castilla, Andalucía y Extremadura. Provenían frecuentemente del campo y pasaron a América en general bastante jóvenes. Pocos sabían leer y menos eran los que habían recibido cierta instrucción, como Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo o Pedro Cieza de León. Eran soldados de fortuna, hombres sin oficio ni beneficio, las más de las veces de baja extracción social, codiciosos, muchas veces enloquecidos por el hambre de oro y llenos de ansias de hacer algo y llegar a ser alguien en esta vida. No había grandes nobles entre ellos, aunque algunos se llamaban hidalgos y unos pocos pertenecían a las grandes familias castellanas. En general eran creyentes, aunque su religiosidad era supersticiosa. La Conquista fue llevada a cabo por estos hombres, que no podían considerarse adinerados, provistos de títulos nobiliarios o, en general, seguros de su ascendencia. Entre los conquistadores se encontraban hidalgos, artesanos, marineros, campesinos o gente sin oficio, marginales que esperaba adquirir una mejor condición social. Sin embargo, no faltaron entre ellos escribanos, contadores y notarios. El conquistador de México, Hernán Cortés, fue hijo legítimo segundo, cursó estudios universitarios y fue escribano en Santo Domingo; mientras que el conquistador de Perú, Francisco Pizarro, fue hijo bastardo y analfabeto. Pizarro, el marqués conquistador encarnó muy bien el ejemplo de ascenso social que podía conseguirse en el Nuevo Mundo.
La mayoría de los conquistadores buscaron un mejor futuro en el Nuevo Mundo, abandonando una España que no le ofrecía oportunidades. Al terminar la Reconquista con la rendición de Granada, habían desaparecido de la península las posibilidades de obtener honra y provecho con el oficio de las armas. Los guerreros tuvieron que mirar más allá, a Italia, Flandes o el Nuevo Mundo.
El nacimiento marcaba el derrotero de toda biografía. En cambio, en las Indias, los actos, la práctica podían permitirles conseguir aquello que sus padres no les habían legado. (Flores Galindo, Buscando un inca)
La Conquista de América retomó los métodos de la Reconquista y su espíritu. Sin embargo, fueron pocos los conquistadores que consiguieron éxito social. Un grupo considerable se convirtieron en encomenderos, desarrollando una forma modernizada del régimen señorial; otros pocos alcanzaron puestos de responsabilidad en la administración colonial, pero finalmente fueron remplazados por funcionarios peninsulares. Fueron escasas las ocasiones en que los conquistadores consiguieron un título nobiliario, como Cortés o Pizarro. Desde el principio, la Corona rehusó crear una nobleza en las Indias que pudiera poner en entredicho su autoridad, más aún después de las guerras civiles de los conquistadores en Perú. La misma sociedad civil española rechazó a los conquistadores, a los que veían como hombres sin escrúpulos, pretenciosos y advenedizos, villanos que habían obtenidos grandes riquezas indebidamente y que pretendían hacerse pasar por hidalgos.
Garcilaso cuenta que los incas se comportaban de una manera distinta a los conquistadores españoles:
Nunca tuvieron pena pecuniaria ni confiscación de bienes, porque decían que castigar en la hacienda y dejar vivos los delincuentes no era desear quitar los malos de la república, sino la hacienda a los malhechores, y dejarlos con más libertad para que hiciesen mayores males. Si algún curaca se rebelaba (que era lo que más rigurosamente castigaban los Incas) o hacía otro delito que mereciese pena de muerte, aunque se la diesen, no quitaban el estado al sucesor, sino que se lo daban, representándole la culpa y la pena de su padre para que se guardase otro tanto.
Antes del establecimiento del virreinato llegaron a Perú unos 10000 españoles, de los cuales casi 500 consiguieron una encomienda. Los conquistadores esperaban convertirse en una nobleza con base territorial, al igual que la gran nobleza en Europa. Cuando la Corona les negó esta opción, ellos rechazaron la autoridad de los funcionarios reales. Este rechazo fue el fundamento de la rebelión de Gonzalo Pizarro, quien con su deseo de convertirse en un rey del Perú se volvió abiertamente subversivo, considerando que la realeza era una condición otorgada por gracia divina, no por sus ascendientes sino por sus méritos.
La colonización española sometió a la población india a condiciones de trabajo inhumanas. El padre Las Casas denunció la codicia de los conquistadores y condenó su violencia como injusta e inmoral. El resaltó la mansedumbre de los indios que tan prontamente venían a convertirse a la verdadera fe. La Corona española también deseaba desterrar el paganismo de las Indias y convertir a sus habitantes al cristianismo, y entendía que la evangelización era obstaculizada por la explotación económica de los colonizadores. Ya muchos misioneros habían denunciado el trato cruel y opresivo que daban los conquistadores a los indios, un trato vil e injusto hacia quienes aceptaban gozosos el bautizo. Mientras Europa vivía la Reforma, América se convirtió en bastión del catolicismo. Garcilaso destacó el rol preparativo para la cristianización realizado por los incas:
Viviendo o muriendo aquellas gentes de la manera que hemos visto, permitió Dios nuestro Señor que dellos mismos saliese un lucero de alba, que en aquellas escurísimas tinieblas les diese alguna noticia de la ley natural, y de la urbanidad y respetos que los hombre debían tenerse unos a otros, y que los descendientes de aquél, procediendo de bien en mejor, cultivasen aquellas fieras y las convirtiesen en hombre, haciéndoles capaces de razón y de cualquiera buena doctrina, para que cuando ese mismo Dios, sol de justicia, tuviese por bien de enviar la luz de sus divinos rayos a aquellos idólatras, los hallase no tan salvajes, sino más dóciles para recibir la fe católica, y la enseñanza y doctrina de nuestra Santa Madre Iglesia Romana, como después acá la han recibido, según se verá lo uno y lo otro en el discurso desta historia. Que por experiencia muy clara se ha notado cuándo más prontos y ágiles estaban para recibir el Evangelio los indios que los reyes Incas sujetaron, gobernaron y enseñaron, que no las demás naciones comarcanas, donde aún no había llegado la enseñanza de los Incas; muchas de las cuales se están hoy tan bárbaras y brutas como antes se estaban, con haber setenta y un años que los españoles entraron en el Perú.
El Evangelio había proclamado que la verdad haría libres a los hombres y por eso los indios, que habían aceptado alegres la palabra de Dios, no podían ser esclavizados. Los europeos entendían que la esclavitud era un castigo por la apostasía y no la consecuencia de una supuesta inferioridad racial. Los moros y los negros, cuyos antepasados habían abandonado la verdadera fe, podían ser esclavizados ya que eran descendientes de renegados.
Bajo la influencia de estos intelectuales, teólogos y misioneros, la Corona dictó normas para proteger a los indios de los abusos de los conquistadores, las Leyes de Indias. Muchos religiosos, especialmente dominicos y franciscanos, se declararon en contra de las acciones de los conquistadores e incluso de la Corona en el Nuevo Mundo. En 1530 Francisco de Vitoria había cuestionado el derecho de España a someter a otros pueblos, aunque estos fueran paganos. Vitoria también había establecido el principio por el cual la soberanía debía regresar a los ciudadanos en ausencia de los príncipes y la doctrina del pacto de sujeción a la Corona. Además, inició el derecho internacional con De indis, de 1539, donde trató el derecho de la Corona en la Conquista de América y los derechos de sus habitantes, los indios. Fray Antonio Valdivieso, obispo dominico de Nicaragua luchó de forma valiente y apasionada contra los abusos de los colonizadores, predicando, denunciando y exigiendo la implantación de las Leyes Nuevas. Al final murió asesinado en 1550 por los hijos de Rodrigo Contreras, rico encomendero y dueño de casi una tercera parte de la provincia, a quienes estorbaban sus palabras.
El sistema colonial español trasladó tanto instituciones como poblaciones. Los inmigrantes españoles y sus esclavos negros o moriscos se establecieron no sólo en las ciudades de las costas, sino en el interior de los antiguos imperios americanos, en los centros mineros, en las ciudades mercantiles de provincias y en explotaciones agrícolas. Los colonizadores usurparon los derechos de los antiguos propietarios indios e intentaron convertirse en una casta dominante. Sin embargo, muchos de ellos no consiguieron una situación estable en los Andes y terminaron viviendo a expensas de o incluso conviviendo con los indígenas. Guaman Poma mencionaba en su crónica a españoles bribones y vagabundos, que vivían extorsionando a los indios, proclamando que eran los nuevos señores de la tierra y reclamando un lugar de privilegio en este mundo, sin tener más propiedad que sus personas.
Muchos españoles andan por los caminos reales y tambos y por los pueblos de indios, que son los dichos vagamundos, judíos, moros. Entrando al tambo alborotan la tierra, toman un palo y le dan muchos palos a los indios pidiendo: daca mitayo, toma mitayo, daca camarico, toma camarico. (Guaman Poma, Nueva coronica y buen gobierno)
Tal vez dos a cuatro mil de los españoles que llegaron a los Andes en el siglo XVI se arruinaron y cayeron en esta condición marginal, empujados a vivir junto a e incluso como los indios a los que querían dominar.
Fueron apareciendo algunos blancos pobres, establecidos como pequeños comerciantes e incluso como campesinos y que tempranamente los podemos observar, por ejemplo, en ese pueblo de Ollantaytambo reconstruido por Glave y Remy. (Flores Galindo, Buscando un inca)
La sociedad española no ofrecía lugar a esta gente inquieta, que aspiraba a una vida distinta a la que su origen la destinaba. La misma sociedad española había empezado a ser homogenizada durante el reinado de los Reyes Católicos, por acción de la Inquisición, fundada en 1478. La Inquisición había sido creada por medio de la bula Ad abolendam, emitida a finales del siglo XII por el papa Lucio III, como un instrumento para combatir el catarismo en el sur de Francia. Durante la Edad Media se establecieron tribunales de la Inquisición pontificia basados en los estatutos Excommunicamus del papa Gregorio IX de 1232, en pleno auge de la herejía albigense. Los tribunales de la Inquisición pontificia surgieron en varios reinos cristianos europeos, entre ellos Aragón. En Castilla no hubo Inquisición Pontificia durante la Edad Media. Los castigos de los delitos de fe quedaron a cargo de los obispos, a través de la Inquisición episcopal. Sin embargo, en la Castilla medieval no aparecieron las grandes herejías que crecieron en Francia e Italia.
A diferencia del resto de Europa, España había sido dominada por los árabes, y las regiones meridionales, especialmente Granada, tenían una proporción significativa de población musulmana. El cristianismo español se había desarrollado frente a otra religión, el Islam, en plano de igualdad o incluso de sometimiento. Además, las grandes ciudades españolas, tales como Sevilla, Valladolid y Barcelona tenían una importante población judía, residente en las juderías, que llevaba en la península más de un milenio.
Durante la Edad Media, en España se había vivido una coexistencia pacífica, aunque con enfrentamientos esporádicos, entre cristianos, judíos y musulmanes. Muchos nobles, incluso la misma reina Isabel de Trastamara, tenían antepasados judíos. Los señores feudales y las ciudades habían tenido servidores cristianos, musulmanes y judíos. El mismo rey de Castilla se había hecho llamar un vez Emperador de las tres Religiones. La Corona de Aragón, especialmente, tenía una larga tradición de servidores civiles judíos. Sin embargo, a finales del siglo XIV estalló un furor antisemita en España, estimulado por la prédica de Ferrant Martínez, archidiácono de Ecija. En 1391 ocurrieron masacres de judíos en Sevilla, Córdoba, Valencia y Barcelona. Ese año en Sevilla el pueblo mató a más de 4,000 judíos. A mediados del mismo año en Navarra perecieron otros 10,000. En 1449 ocurrieron en Toledo motines de cristianos viejos contra los cristianos nuevos, reclamando por el cumplimiento de los estatutos de limpieza de sangre, para impedir el acceso de los conversos a las instituciones reales. Entre 1467 y 1473 ocurrieron motines en Córdoba y Toledo donde murieron gran número de judíos.
Estas persecuciones forzaron la conversión masiva de judíos. Antes de 1390, los conversos fueron escasos pero en el siglo XV los conversos judíos, llamados cristianos nuevos o marranos, constituyeron un grupo social importante, pero visto como sospechoso por los otros cristianos, los cristianos viejos. Mediante el bautismo los judíos escapaban a las persecuciones y conseguían ascender socialmente, al conseguir acceso a oficios y puestos que antes les estaban prohibidos. Muchos conversos judíos lograron una importante posición en la España del siglo XV, tales como Andrés Laguna y Francisco López Villalobos, médicos de la corte de Fernando el Católico; los escritores Juan del Enzina, Juan de Mena, Diego de Valera y Alfonso de Palencia y los banqueros Luis de Santángel y Gabriel Sánchez, quienes financiaron el viaje de Colón. Incluso algunos conversos fueron ennoblecidos.
La obsesión por la limpieza de sangre surgió con la conversión masiva de los judíos, de forma más o menos voluntaria desde finales del siglo XIV y obligada por el decreto de expulsión de 1492. Estas medidas hicieron surgir un nuevo sector dentro de la sociedad hispana. Los conversos judíos formaron un grupo más o menos compacto y las dudas sobre la sinceridad en su cristianización hicieron recaer sobre ellos numerosas sospechas. Esto, unido a una tradición de antisemitismo presente desde la Edad Media, desembocó en un rechazo a los mismos por parte de los cristianos viejos. A este grupo se les sumaría más tarde los moriscos o cristianos nuevos de moro.
Los Estatutos de limpieza de sangre sirvieron como un mecanismo de discriminación legal dirigido contra los conversos, fuesen antiguos judíos o musulmanes, a los que se acusó de no haber realizado un conversión sincera y practicar en secreto su anterior confesión. Consistían en exigir al aspirante a ingresar en las instituciones civiles, militares o religiosas el requisito de descender de padres que pudieran probar su descendencia de cristianos viejos.
El origen de los estatutos se remonta a los fines de la Reconquista y la expulsión de los judíos y la imposición de restricciones a los musulmanes, alcanzando una situación en la cual la población de la península era nominalmente cristiana.
El primer Estatuto de Limpieza de sangre conocido fue hecho público en Toledo en 1449. El condestable, don Álvaro de Luna, favorito del rey Juan II, que tenía en sus manos el gobierno de Castilla, se encontraba en la ciudad de Toledo a comienzos de ese año. Castilla estaba en guerra contra Aragón. El Condestable exigió a la ciudad de Toledo un préstamo de un millón de maravedíes para ayudar a la defensa del país. Tropezó con la resistencia del pueblo común. La indignación del pueblo aumentó cuando se supo que Alonso Cota, comerciante converso de la ciudad, había sido el instigador de dicho impuesto. Pese a las protestas, el impuesto comenzó a recolectarse. Al repique de las campanas de la iglesia de Santa María, se reunió una multitud de cristianos viejos en la plaza. Una turba irrumpió en la casa de Alonso Cota, sus bienes fueron saqueados y su casa incendiada, luego asaltaron el barrio de la Magdalena, donde vivían los conversos ricos de Toledo. El alcalde mayor de la ciudad y copero del rey, Pedro Sarmiento, tomó el mando de los rebeldes, en contra de las disposiciones de Álvaro de Luna. Cuando Álvaro de Luna se retiró de Toledo con el ejército real, Sarmiento se ensañó con los conversos que intentaron resistir, y finalmente los colgó en la plaza mayor. Después se hizo fuerte en la ciudad, listo para resistir la autoridad del Condestable.
Ante una asamblea del pueblo, Sarmiento proclamó la llamada “Sentencia Estatuto” el 5 de junio de 1449, que permitía expulsar a todos los conversos de origen judío de los puestos principales de Toledo tales como concejales, jueces, alcaldes, escribanos y notarios.
El rey no reprimió a los rebeldes de Toledo por la fuerza, sino que convocaron a un debate a cargo de Alonso Díaz de Montalvo, quien decía que los estatutos destruían la unidad de la fe cristiana y volvían a hacer infieles a los cristianos fieles, al excluirlos de las funciones públicas y de los puestos de honor de la Iglesia.
Alonso de Cartagena, su sucesor en el obispado de Burgos, también defendió a los conversos en Defensorium Unitatis Christianae de 1450. Acusó de herejes a los amotinados de Toledo ya que sostenían que ni siquiera el bautismo lavaba los pecados de los individuos, algo completamente opuesto a la doctrina cristiana. Se reclamó la intervención del Papa para resolver las cuestiones planteadas en la sentencia estatuto. Nicolás V respondió a esta petición con una bula del 24 de septiembre de 1449 declarando que todos los cristianos, sean descendientes de gentiles o judíos, que viven como verdaderos cristianos, tienen derecho a todos los ministerios y dignidades, a dar testimonio y ejercer todos los cargos con los mismos derechos que los cristianos viejos.
Contra los conversos, además de la encarnizada persecución inquisitorial, se practicó la exclusión de toda una serie de puestos en la administración civil, militar y eclesiástica. Surgen así los estatutos de limpieza de sangre, que determinan la imposibilidad de ingresar en numerosas corporaciones a quien “tenga raza ni mezcla de judío, moro o hereje, por remota que sea”.
En 1501, Los Reyes Católicos promulgaron dos pragmáticas mediante las que establecían que ningún reconciliado por delito de herejía, ningún hijo ni nieto de quemado hasta la segunda generación pudiese tener oficio de Consejero real, oidor, secretario, alcalde, alguacil, mayordomo, contador mayor, tesorero, ni ningún otro cargo, sin especial permiso de la corona. A partir de este momento, ese tipo de estatutos empezó a hacerse común, con las órdenes militares o religiosas y los gremios reclamando prueba de limpieza de sangre como condición de admisión a sus postulantes. En 1522 el sistema se extendió a las universidades de Salamanca, Valladolid y Toledo.
Estas pruebas de limpieza de sangre consistían en demostrar que se era cristiano por los cuatro costados, es decir que tanto padre y madre como los cuatro abuelos habían profesado la verdadera fe. ", para lo que debía realizarse costosas y frecuentemente tergiversadas informaciones genealógicas, mediante las cuales el postulante demostraba su procedencia de cristianos viejos, de familias reputadas por tales. El Rey podía ejercer su privilegio de gracia y dispensar a alguien de realizar tales informaciones, normalmente en recompensa por sus servicios a la Corona.
Fray Alonso de Hojeda convenció a la reina Isabel, durante su estadía en Sevilla entre 1477 y 1478, de la existencia de prácticas judaizantes entre los conversos andaluces. El arzobispo de Sevilla, Pedro González de Mendoza, y el dominico segoviano Tomás de Torquemada certificaron estas afirmaciones respecto a la existencia de un criptojudaísmo. Para descubrir y perseguir a los falsos conversos, los Reyes Católicos introdujeron la Inquisición en Castilla, y solicitaron autorización a Roma. El primero de noviembre de 1478 el Papa Sixto IV promulgó la bula Exigit sinceras devotionis affectus, mediante la cual estableció la Inquisición para la Corona de Castilla. Esta bula otorgó a los monarcas españoles la prerrogativa de nombramiento de los inquisidores. Los primeros inquisidores, Miguel de Morillo y Juan de San Martín fueron nombrados el 27 de septiembre de 1480, en Medina del Campo.
La Inquisición española persiguió a los marranos, judíos que por coerción o presión social se habían convertido al cristianismo; a los conversos del mismo tipo del Islam, y a los sospechosos de herejía. Ocurrieron fricciones entre Roma y los reyes de España debido al control de la Inquisición. Mediante la bula de 1478, Sixto IV había otorgado a la Corona española plenos poderes para el nombramiento y destitución de los inquisidores, pero debido a los abusos cometidos en Sevilla, revocó esta bula en 1482. Sin embargo, al año siguiente el mismo Papa debió retractarse y dejar el control de la Inquisición en manos de la Corona. Así, a los pocos años de su fundación, el Papa dejó de supervisar a la Inquisición española, la Corona se hizo cargo completamente de ella y la convirtió en un instrumento del Estado, aunque los inquisidores continuaron siendo religiosos dominicos y no funcionarios laicos.
Varios motivos habían llevado a los Reyes Católicos a establecer la Inquisición en España. A través de ella buscaron crear unidad religiosa, identificando los intereses estatales con los religiosos. Mediante la Inquisición se debilitó la fuerza de los grupos de poder locales, incluyendo a la poderosa minoría judeoconversa. En el reino de Aragón fueron procesados miembros de familias influyentes, como Santa Fe, Santángel, Caballería y Sánchez. Además la Corona se enriqueció a costa de los procesados, ya que sus bienes eran confiscados.
Inicialmente, las actividades de la Inquisición estuvieron restringidas a las diócesis de Sevilla y Córdoba. El primer auto de fe se celebró en Sevilla el 6 de febrero de 1481 y en él fueron quemados seis condenados. Desde este momento la presencia de la Inquisición en Castilla creció rápidamente. En 1492 funcionaban tribunales inquisitoriales en ocho ciudades castellanas: Avila, Córdoba, Jaén, Medina del Campo, Segovia, Sigüenza, Toledo y Valladolid, la capital del reino. El establecimiento de la Inquisición en Aragón fue más lento. En un principio, Fernando el Católico no recurrió a los nuevos tribunales, sino que resucitó la antigua Inquisición pontificia, aunque ejerciendo un control directo sobre ella. Además, la población catalana fue más hostil a las acciones de la Inquisición. Sin embargo, la Inquisición terminó por instaurarse y el 17 de octubre de 1483 Tomás de Torquemada fue nombrado inquisidor general de Aragón, Valencia y Cataluña. De esta forma, la Inquisición se convirtió en la única institución con autoridad en todos los dominios de la Corona española. Los conversos en las ciudades de Aragón protestaron contra las prácticas de la Inquisición y solicitaron la mediación real, pero, tras el asesinato en Zaragoza del inquisidor Pedro Arbués, el 15 de septiembre de 1485, la Corona se declaró en contra de los conversos y a favor de la Inquisición. La Inquisición terminó con la presencia conversa en la administración aragonesa.
Entre 1480 y 1530 la Inquisición ejecutó alrededor de 2.000 acusados, la mayoría de ellos conversos de origen judío. La Inquisición no tenía autoridad sobre los judíos que continuaban practicando su religión y que habían rechazado el bautismo, pero los hostigaba en la creencia de que incitaban a los conversos a volver a su antigua fe, delito que llamaban judaizar. Se acusaba a los judíos judaizar, de motivar la recaída de muchos conversos debido a su proximidad y su persistencia en las prácticas judaicas.
El 31 de marzo de 1492, tres meses después de la conquista de Granada, los Reyes Católicos promulgaron el Decreto de expulsión de los judíos de todos sus dominios. Se estableció que aquellos que no estuvieran bautizados hasta el 31 de julio de ese mismo año debían abandonar el país, sin llevarse oro o plata.
La población judía forzada a abandonar España fue grande. Autores de esa época como Juan de Mariana calcularon 800,000 personas, mientras que Isaac Abravanel consideró 300,000 desterrados. Las estimaciones actuales son menores y se encuentran alrededor de 40,000 hasta 80,000. Los judíos españoles emigraron principalmente a Portugal (donde fueron expulsados nuevamente en 1497) y a Marruecos. Los sefarditas, descendientes de los judíos españoles, fundaron nuevas comunidades en los Países Bajos, el norte de Africa y en los dominios del imperio otomano.
El ascenso de Carlos de Austria al trono de España fue recibido por los conversos con la esperanza de reducir la influencia de la Inquisición y acabar con el hostigamiento y la persecución. Sin embargo, a pesar de las reiteradas peticiones de las Cortes de Castilla y de Aragón, el rey Carlos mantuvo el sistema inquisitorial.
Las grandes persecuciones de judíos conversos tuvieron lugar hasta 1530, para luego decaer en las tres décadas siguientes. La actividad de los judaizantes en Quintanar de la Orden, en 1588, volvió a acrecentar las persecuciones, pero ya para comienzos del siglo XVII estas disminuyeron y empezaron a regresar a España conversos desde Portugal, escapando de la acción de la Inquisición portuguesa, fundada en 1532.
La Inquisición se convirtió en un instrumento al servicio de la Corona española, pero sin llegar a ser completamente independiente de la autoridad papal. Su autoridad máxima, el Inquisidor General, era designado por el rey, pero su nombramiento debía ser aprobado por el Papa. El Inquisidor General tenía jurisdicción sobre todos los territorios de la Corona española, incluso en los virreinatos americanos. Solamente entre 1507 y 1518 existieron dos inquisidores generales, uno en Castilla y otro en Aragón. En más de una oportunidad la Corona recurrió a la Inquisición para arrestar a personas que habían sido condenadas en Castilla y que habían huido a Aragón para escapar a la justicia civil.
El Inquisidor General presidía el Consejo de la Suprema y General Inquisición, llamado común mente Consejo de la Suprema, creado en 1488. Este Consejo estaba formado por seis miembros nombrados por el rey. Al avanzar el siglo, la autoridad de la Suprema aumentó al tiempo que se debilitaba el poder del Inquisidor General.
Los tribunales de la Inquisición dependían del Consejo de la Suprema. Inicialmente, los tribunales fueron itinerantes, estableciéndose donde hubieran surgido brotes de herejía. Sin embargo, al pasar los años terminaron por fijar sus sedes. En Castilla se establecieron los siguientes tribunales permanentes: en 1482 en Sevilla y en Córdoba; en 1485 en Toledo y en Llerena; en 1488 en Valladolid y en Murcia; en 1489 en Cuenca; en 1505 en Las Palmas de la Gran Canaria; en 1512 en Logroño; en 1526 en Granada y en 1574 en Santiago de Compostela. En los dominios de la Corona de Aragón funcionaron cuatro tribunales: Zaragoza y Valencia desde 1482, Barcelona desde 1484 y Mallorca desde 1488. Fernando el Católico estableció la Inquisición española en Sicilia en 1513, fijando su sede en Palermo, y en Cerdeña. En América, se crearon los tribunales de Lima en 1568, de México en 1571 y de Cartagena de Indias en 1610. En 1537 el Papa Pablo III prohibió la entrada de los apóstatas a las Indias. Después del Concilio de Trento (1545-1563) se consolidó la Contrarreforma y se intensificó el aislamiento preventivo de las posesiones españolas, buscando mantener al Nuevo Mundo libre de la contaminación luterana.
Los tribunales de la Inquisición estaban formados por dos inquisidores, un calificador, un alguacil y un fiscal. Los inquisidores eran juristas más que teólogos. En 1608 Felipe III había ordenado que todos los inquisidores debían tener formación legal. Los inquisidores eran renovados periódicamente, usualmente permaneciendo en su cargo unos dos años. La mayoría de ellos fueron religiosos seculares con formación universitaria.
Los calificadores solían ser teólogos y determinaban si la conducta del acusado era delictiva o no contra la fe. Además se recurría a juristas expertos, los consultores, que asesoraban al tribunal en cuestiones de la casuística procesal.
El procurador fiscal elaboraba la acusación, investigaba las denuncias e interrogaba a los testigos.
El tribunal tenía tres secretarios: el notario de secuestros, que registraba las propiedades del reo en el momento de su detención; el notario del secreto, que anotaba las declaraciones del acusado y de los testigos; y el escribano general, secretario del tribunal.
El alguacil detenía y encarcelaba a los acusados; el nuncio difundía los comunicados del tribunal y el alcaide cuidaba y alimentaba a los presos.
Existía colaboradores de la actividad inquisitorial: los familiares y los comisarios. Los familiares eran colaboradores laicos que permanecían constantemente al servicio de la Inquisición. La condición de familiar era honrosa, porque equivalía a un reconocimiento público de limpieza de sangre y conllevaba privilegios. La condición de familiar fue un mecanismo de ascenso y reconocimiento tanto para nobles como para plebeyos. Los comisarios eran sacerdotes regulares que auxiliaban ocasionalmente al Santo Oficio.
La Inquisición funcionaba de acuerdo al derecho canónico. Sus procedimientos estaban establecidos en las Instrucciones elaboradas por los inquisidores generales Torquemada, Deza y Valdés.
Al iniciar sus labores en cualquier ciudad, el tribunal inquisitorial promulgaba un edicto de gracia. Durante la misa del domingo, se proclamaba el edicto, se explicaban los feligreses las posibles herejías y se los exhortaba a acudir a los tribunales de la Inquisición para librar sus culpas. Todos aquellos que acudieran voluntariamente durante el período de gracia proclamado en el edicto podían regresar al seno de la Iglesia sin castigos severos, pero debían denunciar a todos sus cómplices, convirtiéndose en informantes de la Inquisición. Las acusaciones eran anónimas, y el acusado no podían confrontar a quienes testificaban en su contra. Los bienes de los condenados se utilizaban para sufragar los gastos corrientes y las costas procesales de los tribunales. Dado que la Inquisición cubría sus gastos mediante el decomiso de las propiedades de los condenados y premiaba a quienes colaboraban con ella denunciando a los herejes, fueron frecuentes las denuncias falsas por rencores personales y codicia. Tras la denuncia, los calificadores investigaban si había herejía y se procedía a arrestar al acusado. Sin embargo, también podían realizarse detenciones preventivas en espera de que los calificadores emitiesen opinión sobre el caso.
Tras el arresto del acusado, la Inquisición embargaba de manera preventiva sus propiedades. Todo el proceso se realizaba en secreto y el acusado no era informado de los cargos en su contra hasta el día en que comparecía ante el tribunal, lo que podía demorar meses o incluso años.
El proceso era realizado en varias audiencias, en las cuales se tomaba declaración tanto a los denunciantes como al acusado. Se designaba un abogado defensor que era miembro del tribunal y que exhortaba al reo a confesar. La acusación era llevada a cabo por el procurador fiscal. Los interrogatorios del acusado tenían lugar con presencia del notario del secreto, que registraba las declaraciones del reo. Durante los interrogatorios se podía emplear la tortura, lo que ocurrió sobretodo en los procesos de judaizantes y protestantes.
Al terminar el proceso, los inquisidores se reunían con el representante del obispo y los consultores en una consulta de fe, durante la cual decidían la sentencia, que debía ser unánime. En caso de discrepancias, se remitía el informe a la Suprema.
Muy raramente se producía la absolución del acusado. Más bien, cuando el acusado era inocente, se solía suspender el proceso, dejando libre al acusado, aunque bajo sospecha y con la amenaza de volver a ser procesado. Si el acusado era declarado culpable era penitenciado, es decir, debía abjurar públicamente de sus errores y era condenado a un castigo tal como el sambenito, el destierro, multas o incluso la condena a galeras. También podía ser reconciliado y recibir menores penas. Si el acusado era condenado, debía participar en una ceremonia pública de arrepentimiento y penitencia, el auto de fe, que significaba su retorno al seno de la Iglesia o su castigo como hereje impenitente. Los autos de fe terminaron por convertirse en grandes ceremonias solemnes, celebrada ante un público numeroso y en un ambiente festivo. Los autos de fe se realizaban por lo general en la plaza mayor de la ciudad, en los días de fiesta.
Los castigo más severos eran aplicados a los herejes impenitentes y los relapsos, es decir, los reincidentes. En estos casos ocurría la relajación y eran entregados al brazo secular, lo que significaba la muerte en la hoguera. La ejecución se llevaba a cabo en ceremonia pública. Si en este momento el condenado abjuraba de sus errores y se arrepentía era estrangulado mediante el garrote antes y era quemado en la hoguera muerto. Si no se arrepentía era quemado vivo. Aquellos que eran juzgados en ausencia, por haber fallecido durante el proceso o por haber escapado antes de su arresto, eran quemados en efigie, lo que significaba una muerte jurídica.
La Inquisición también procesaba bajo la denominación de proposiciones heréticas delitos verbales, tales como la blasfemia o afirmaciones relacionadas con las creencias religiosas, la moral sexual o el clero. Hubo procesados por afirmar que la relación sexual entre solteros no era pecado o por dudar de la presencia real de Cristo en la Eucaristía o de la virginidad de María. La Inquisición tenía competencia en delitos contra la moral, a veces en conflicto de fueros con los tribunales civiles. Realizaba procesos por bigamia y por pecados contra naturam, es decir, por homosexualidad. La homosexualidad, denominada en la época sodomía, era castigada con la muerte.
Hasta la locura quedó sometida a estas normas rígidas y controladoras. Gregorio Tenorio, quien pudo tener más de demente que de hereje, fue juzgado por la Inquisición en Lima y condenado a muerte.
Las persecuciones contra los protestantes producidas en la segunda mitad del siglo XVI terminaron por crear una imagen negativa de la Inquisición que muchos escritores protestantes exageraron con fines propagandísticos. Uno de los primeros en tratar el tema fue el inglés John Foxe (1516 1587), que dedicó un capítulo del The Book of Martyrs a la Inquisición Española. Otra de las fuentes de la leyenda negra de la Inquisición fue elSanctae Inquisitionis Hispanicae Artes, escrita bajo el seudónimo de Reginaldus Gonzalvus Montanus por dos protestantes españoles exiliados, Casiodoro de Reina y Antonio del Corro. Este libro cimentó la imagen negativa de la Inquisición española en Europa.
Ya a finales del siglo XVI la leyenda negra se convirtió en un instrumento útil de propaganda antiespañola. Los protestantes holandeses publicaron gran número de panfletos y de libros con el fin de desprestigiar a los españoles. Tradujeron e imprimieron las crónicas que destacaban la crueldad y la injusticia de la Conquista de América. Los enemigos de España emplearon los relatos de la conquista de América, sobre todo las obras de Bartolomé de Las Casas, para envilecerla. La Brevísima relación de la destrucción de las Indias, publicada en 1552, alimentó la leyenda negra. Fue reimpresa en los Países Bajos en 1620 con el título Espejo de la tiranía española en que se trata de los actos sangrientos, escandalosos y horribles que han cometido los españoles en las Indias.
Guillermo de Orange-Nassau, enemigo declarado del rey Felipe II, escribió una Apología de Orange, donde atacaba a la Monarquía hispánica. Isabel I de Inglaterra también propulsó la leyenda negra. La actividad de la Inquisición, las torturas y muertes de protestantes, indios y judíos, fueron una fuente inagotable de argumentos antiespañoles.
La Corona española intentó evitar por todos los medios que las ideas y prácticas luteranas, calvinistas y anabaptistas pasaran a América y por eso estableció la Inquisición en las Indias tempranamente. España se volvió ultracatólica por imposición de los Austria. El establecimiento de la Inquisición, la expulsión de los judíos, la conversión forzosa de los moros y la persecución de los reformados fueron medidas coherentes de una política que buscaba instaurar la unidad de la fe y asegurar que esta fe permaneciera pura y libre de toda contaminación o desviación. Esta política fue un cambio radical en la sociedad española, que pasó de una actitud de convivencia hacia las creencias religiosas diferentes a una actitud intransigente, rígida y persecutoria. Los reyes Habsburgos estaban convencidos de que la cohesión social de sus dominios requería de la unidad de fe.

viernes, 22 de abril de 2011

El origen del libro

Así, imaginación y memoria son una misma cosa que para diversas consideraciones posee, también, posee nombres diversos.
(Hobbes, Leviatán, capítulo II)
El hombre se relaciona con el mundo mediante herramientas. Las herramientas permiten realizar trabajos de manera más eficaz, actuando como prolongación del cuerpo humano, como extensiones de sus partes. Son máquinas que reproducen sus funciones y potencian sus capacidades. Entre las herramientas más apreciadas se encuentran la escritura y los libros. Ellos ayudan y acrecientan dos funciones de la mente humana: la memoria y la imaginación. La memoria y la imaginación pueden producirse por medio de palabras o signos, configurando el entendimiento. El conjunto de palabras o signos conforma el lenguaje, que se basa en nombres y en las relaciones que se establecen entre ellos. El lenguaje permite la transformación de los pensamientos de un hombre en un discurso verbal. El lenguaje hace posible el registro de los pensamientos, de la memoria y de la imaginación para ser comunicados a otros hombres y, de esta forma, transmitir el entendimiento. En un momento, en algunas partes del mundo, las palabras fueron transformadas en signos mediante la invención de la escritura. La escritura permitió perpetuar la memoria del pasado, transmitir la imaginación del futuro y acercar a hombres que vivían en distantes regiones. La invención de la escritura no solo brindó un nuevo sustrato al lenguaje, un sustrato distinto del sonido y más persistente que él, sino que hizo posible desligar al dicho de una situación concreta y permitió volverlo independiente del contexto en que fue enunciado.
Con el tiempo, la escritura produjo los libros. Ellos sirven como un mecanismo de registro de conocimientos que permite la conservación de información. La transformación del lenguaje en escritura condujo a la fijación del sentido del discurso. La información contenida en un discurso podía provenir del pasado como memoria o anticipar el porvenir como imaginación. La memoria desarrollada extensamente constituyó la experiencia individual y colectiva. La imaginación se formó a partir de hechos que habían sido percibidos durante la vida individual o grupal, sea completa o parcialmente, sea en un momento o en muchos. La imaginación podía combinar imágenes de la experiencia de formas diversas. Estas imágenes podían provenir de la experiencia de uno o de muchos hombres, de uno o de muchos mundos. La imaginación podía combinar las imágenes de un hombre con las de otro y convertirse en una ficción, en la invención de ideas.
Los libros sirven también para inventar ideas, como un territorio para la especulación y otorgan al escritor un poder creador. El escritor podía ser tanto un artesano que cumplía su labor siguiendo unas reglas ya establecidas, como convertirse en un artista, produciendo mundos y personajes. Los libros se construyen alrededor de temas, a diferencia del discurso oral, que toma su energía de su propio valor dramático y cobra sentido por el contexto donde aparece y desaparece. Además, los libros son también herramientas para la construcción de nuevos libros. Un libro es una herramienta para aplicar sobre la realidad pero también es una herramienta para perfeccionar otras herramientas, un libro destinado a generar otros libros. Este uso del libro es la aplicación del conocimiento al trabajo.
Hacia 1450, en todo Occidente, pero sobre todo en los países del norte de Europa, apareció un nuevo tipo de libro. Por su aspecto, poco difería poco de los manuscritos tradicionales, pero no estaba escrito sino impreso en papel con ayuda de tipos móviles y una prensa. Estos nuevos libros traerían profundos cambios en las costumbres y en las condiciones del trabajo intelectual de los pensadores y de los lectores de la época, tanto religiosos como laicos.
Los libros constituyeron uno de los medios más poderosos a disposición de la civilización occidental para concentrar el pensamiento disperso de sus representantes; para potenciar la eficacia de la meditación individual y transmitirla a otros. Los nuevos libros impresos reunieron sin dilaciones a los grandes espíritus, multiplicando su vitalidad y dotándolos de una coherencia enteramente nueva, y de un poderío incomparable. Ellos crearon entre todas las personas capaces de redactar o de leer nuevos hábitos de trabajo intelectual. Los libros salvaguardaron los tesoros religiosos, morales y literarios acumulados entre los siglos XI y XV, garantizando así a los contemporáneos de Gutenberg la continuación de las tradiciones y de las antigüedades grecolatina y cristiana. El libro fue un agente de propaganda eficaz de las ideas del Renacimiento, del humanismo, de la expansión de la religión católica, de la Reforma y de los ataques deísta, ateo y materialista contra las religiones reveladas.
Los libros impresos transformaron la cultura occidental. Una cultura comprende un conjunto de historias, de memorias e imaginaciones, que dan cohesión a una sociedad, a un grupo humano que existe en un espacio y un tiempo definidos. La cultura occidental se había nutrido de dos fuentes: una judía y otra clásica. Los libros fundamentales para la formación de Occidente han sido la Biblia y los grandes poemas épicos homéricos, laIlíada y la Odisea. Los libros permitieron dar un sentido permanente al discurso occidental que no era posible alcanzar con el habla. Los europeos del Renacimiento, de la Reforma y de la edad del Descubrimiento vivieron una nueva definición de Occidente, manifestada a través de una revolución mediática, la invención del libro impreso. Johannes Gutenberg inició está revolución al imprimir el primer libro en Occidente, la Biblia latina. En 1454, Gutenberg imprimió 180 copias en latín, 140 en papel y 40 en pergamino, en Maguncia.Ese mismo año imprimió también el primer libro en alemán, Eyn Manung der Christenheit widder die Durken. Johann Fust, socio de Gutenberg, y Peter Schöffer, su yerno, imprimieron en 1457 el Libro de Salmos, el primero que dio constancia del lugar y fecha de impresión y del nombre del impresor. En 1466 Raoul Lefèvre imprimió el primer libro en francés, Recueil des histories de Troyes. En 1468 Guido delle Colonne imprimió en checoKronika Trojánská. En 1470 Francesco Petrarca imprimió en italiano Canzonieri. Ese mismo año Rashi imprimió sus Comentarios al Midrash en hebreo. William Caxton tradujo al inglés e imprimió el libro de Lefèvre, The Recuyell of the Historyes of Troye en 1474, aunque la imprenta fue introducida en Inglaterra dos años después. También en 1474, en Valencia, Lamberto Palmart y Fernando de Córdoba imprimieron el primer libro en España,Les obres o trobes dauall scrites les quals tracten dela sacratissima verge Maria, en catalán. En 1476 Constantine Lascaris imprimió en griego Erotemata: Epitome ton okto tou logou meron. Clemente Sánchez de Vercial imprimió el primer libro en portugués en 1488,Sacramental. Esta euforia por publicar fue traída a América con la Conquista. Juan Pablos imprimió en México, en 1539, la obra de Juan de Zumárraga, Breve y más compendiosa doctrina christiana en lengua mexicana y castellana, el primer libro en nahuatl y en español y el primero en ser publicado en el Nuevo Mundo. En 1560 se imprimió la Gramática o arte de la lengua quichua de Fray Domingo de Santo Tomás. En 1585, el Concilio Provincial de Lima publicó en esta ciudad el primer libro en quechua y castellano, el Confessionario para los curas de Indios.
Entre 1450 y 1500 se imprimieron más de 6.000 obras diferentes. El número de imprentas aumentó rápidamente durante esos años. En Italia, se estableció la primera imprenta en Venecia en 1469 y en 1500 la ciudad contaba con 417 imprentas, convirtiéndose en el mayor centro editorial europeo. En 1476 se imprimió una gramática con tipografía griega en Milán y en Soncino se imprimió una biblia hebrea en 1488, aunque un año antes Samuel Porteiro Garcon había impreso el Pentateuco en Portugal. En 1476 William Caxton estableció la primera imprenta en Inglaterra.
En España, en Alcalá de Henares, Arnaldo de Brocar compuso, bajo el auspicio del cardenal Jiménez de Cisneros, la Biblia Políglota Complutense, Vetus testamentum multiplici lingua nunc primo impressum, en seis tomos entre 1514 y 1517, la primera reproducción de laBiblia en Europa y la obra de imprenta más importante del renacimiento español. La Biblia Políglota Complutense fue editada por un equipo de eruditos dirigido por Diego López de Zúñiga, entre los que se encontraban Alfonso de Zamora, Elio Antonio de Nebrija, Pablo Coronel y Alfonso de Alcalá. La Biblia Políglota Complutense fue impresa en columnas paralelas en latín, griego y hebreo o arameo. Antes, en Segovia, Juan Parix de Heidelberg había establecido la primera imprenta en España y realizó la primera impresión, las perdidas actas del Sínodo de Aguilafuente, celebrado en 1472. Esta imprenta desapareció, pero ya al año siguiente se establecieron imprentas en Valencia, donde se publicó el primer libro en los dominios de la Corona española con fecha contrastada, el Comprehensorium de 1475. Ese mismo año se fundaron imprentas en Barcelona y se publicó en Zaragoza el Manipulus curatorum. Se fundó una imprenta en Sevilla en 1473 y en Salamanca en 1480. En 1484, Fadrique de Basilea estableció una imprenta en Burgos, donde publicó en 1499 La Celestina. En 1539 Juan Pablos estableció la primera imprenta del Nuevo Mundo en Ciudad de México. En 1566 Alonso Gómez estableció la primera imprenta en Madrid. Aquí se publicó la primera edición de la primera parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha en 1605 y la segunda parte 1615. La invención de la imprenta produjo una profunda renovación cultural en Europa y en España, sucediéndose grandes editores como Sancho de Nebrija o Juan de Ayala.
Elio Antonio de Nebrija publicó en 1492 la célebre Gramática de la lengua castellana, la primera gramática normativa que se conoce en Occidente. Nebrija tuvo una clara motivación política al redactar su Gramática: el comprendía que el idioma tenía la capacidad de convertirse en el mecanismo de identificación de un pueblo y crear un vínculo que uniese a todos los habitantes de un país.
Los intereses editoriales variaron según la región. Los impresores del norte de Europa publicaron principalmente libros religiosos, como biblias, salterios y misales. Los impresores italianos, especialmente los venecianos, se dedicaron a la publicación de libros profanos, en particular clásicos griegos y latinos redescubiertos durante el Renacimiento, historias de autores laicos italianos y obras de eruditos humanistas. Además, surgió un grupo novedoso de obras difundidas a partir del desarrollo de la imprenta. Estos fueron los panfletos, ausentes en la producción literaria manuscrita: en las luchas religiosas y políticas de los siglos XVI y XVII, los panfletos circularon ampliamente tanto entre protestantes como católicos. Los panfletos constituyeron uno de los principales productos de la nueva industria editorial.
La imprenta no eliminó completamente la producción manuscrita, pues muchos de los libros publicados y de los panfletos fueron copiados a mano y se difundieron de esta forma en las colonias españolas de América, alejadas de los grandes mercados editoriales.
La Corona tuvo un rol dual y contradictorio en la introducción de la imprenta y la difusión de la cultura en Amérca. Si por un lado se trajó la escritura y la imprenta, por el otro la Corona promulgó una extensa legislación restrictiva sobre la impresión de libros en América, buscando limitar su difusión e incluso prohibiendo la circulación de los libros de romances, de historias vanas y profanas, y de libros de caballería. El Estado español consideró que esas lecturas eran perniciosas para los indios ya que a través de ellas se enseñaban vicios y malas costumbres y se alejaba a los hombres de las lecturas edificantes y moralizadoras. Además, los libros que trataban sobre las Indias, si no tenían licencia para ello; y las obras que atentaban contra la religión y la Corona, estaban prohibidos y debían ser confiscadas.
La imprenta fortaleció las acciones de los libros al facilitar su duplicación. Los libros, que cumplían la función de extensión de la memoria y de la imaginación, avanzaron más lejos en el mundo. En los siglos XV y XVI, Europa realizó una revolución del conocimiento con todas estas nuevas herramientas para tratar con la realidad, produciendo cambios que excedían a las potencialidades de los mismos textos publicados. Los libros de historia se mostraron también como herramientas para recuperar e inventar. Los libros escritos por aquellos que luego serían llamados peruanos, comenzando con los
Comentarios reales, fueron también una herramienta de la imaginación empleada en la construcción de la identidad de los hombres que habitaron este país, tal como habían moldeado las identidades en Occidente.
Sujetos a la dominación, entre los andinos la memoria fue un mecanismo para conservar (o edificar) una identidad. (Flores Galindo, Buscando un inca)
Estos libros, los Comentarios reales y la Nueva coronica, cuya importancia sería superfluo señalar, aclaran los orígenes efectivos de la forma de vivir y de los temas que se desarrollaron en los Andes. No fueron creados para permanecer en la producción manuscrita, aunque el primero fue copiado a mano y así alcanzó a difundirse en América, mientras que el segundo permaneció oculto durante siglos. Sin embargo, ambos actuaron sobre la cultura andina formando un nuevo sistema de transmisión y difusión del pensamiento, en el seno de una sociedad que aunque todavía persiste analfabeta e iletrada, se satisface con la cultura y la moral descritas por Garcilaso. A pesar de sus ambigüedades y equívocos, Garcilaso dio origen a una nueva clase de seres humanos.