martes, 22 de julio de 2008

Los Andes en el siglo XVI

Los vínculos entre los hombres andinos antes de la llegada de los españoles se habían basado en sistemas de parentesco. El parentesco establecía relaciones humanas mediante vínculos de sangre y por matrimonio a los que atribuía un valor legal, político y económico más allá de la pura biología, dando un fundamento para la organización de las grandes etnias andinas.
Estos parentescos se habían originado a partir de la descendencia, que relacionaba una generación con la siguiente de manera sistemática y que establecía ciertos derechos y obligaciones para todas las generaciones. En las sociedades andinas prehispánicas, las relaciones familiares condicionaban la atribución de derechos y su transmisión de una generación futura. La sucesión en las funciones, así como el derecho al acceso de las propiedades materiales dependían del sistema de parentesco. El parentesco creaba vínculos humanos fundamentales y reflejaba la forma en que los pueblos andinos daban significado e importancia a las interacciones entre los individuos. El Estado en los Andes se formó a partir de esquemas de reciprocidad y redistribución desarrollado por el sistema de parentesco andino. El Estado andino obtenía su poder al establecer relaciones de parentesco con todas las etnias locales andinas.
Los conquistadores españoles se enfrentaron y derrotaron al Estado inca, la última estructura política de la sociedad andina, que se había desarrollado y expandido durante el siglo anterior a su llegada. En sus Comentarios reales de los incas Garcilaso narró la historia y el destino de esta república, a la que compara con las repúblicas del Viejo Mundo, la romana y la cristiana:
Por lo cual, forzado del amor natural de patria, me ofrecí al trabajo de escribir estos Comentarios, donde clara y distintivamente se verán las cosas que en aquella república había antes de los españoles, así en los ritos de su vana religión, como en el gobierno que en paz y en guerra sus reyes tuvieron, y todo lo demás que de aquellos indios se puede decir, desde lo más ínfimo del ejercicio de los vasallos, hasta lo más alto de la corona real. Escribimos solamente del imperio de los Incas, sin entrar en otras monarquías, porque no tengo la noticia de ellas que de ésta. (Comentarios reales, proemio)
Pese a los deseos de Garcilaso de atribuir todas las maravillas del Nuevo Mundo a los incas, el señorío de los incas entre 1438 y 1532 fue la síntesis y el desarrollo de la larga experiencia creadora andina ocurrida durante siglos, y no inventó sino que aprovechó todas las potencialidades de la cultura desarrollada en esta parte del Nuevo Mundo. Elementos considerados típicamente incaicos como los andenes o los quipus llevaban cientos de años en uso cuando Manco Cápac se estableció en el Cusco en el siglo XII. El Estado andino no fue una invención de los incas, sino que ya se habían desarrollado Estados imperiales precedentes, como Wari y Tiahuanaco. Manco Cápac se convirtió en el héroe fundador de la etnia inca y como personaje en la crónica de Garcilaso representó la migración por orden de su dios padre el Sol desde el lago Titicaca hasta el Cusco para fundar un nuevo Estado.
Habiendo declarado su voluntad Nuestro Padre el Sol a sus dos hijos, los despidió de sí. Ellos salieron de Titicaca, y caminaron al Septentrión, y por todo el camino, doquiera que paraban, tentaban hincar la barra de oro, y nunca se les hundió. Así entraron en una venta o dormitorio pequeño, que está siete u ocho leguas al Mediodía desta ciudad, que hoy llaman Pacarec Tampu, que quiere decir venta, o dormida, que amanece. Púsole este nombre el Inca porque salió de aquella dormida al tiempo que amanecía. Es uno de los pueblos que este príncipe mandó poblar después, y sus moradores se jactan hoy grandemente del nombre, porque lo impuso nuestro Inca; de allí llegaron él y su mujer, nuestra reina, a este valle de Cozco, que entonces todo él estaba hecho montaña brava. (Comentarios reales, capítulo III)
La figura de Manco Cápac fue teñida por Garcilaso de rasgos legendarios fantásticos tomados de la literatura clásica, hasta convertirla en un arquetipo mítico y un sustento jurídico de la hegemonía cusqueña. Aunque Garcilaso describió a Manco Cápac como inventor de todas las artes y ciencias, reconocía la existencia de monarquías anteriores a la suya, pero se abstenía de afirmar algo sobre ellas.
Manco Cápac fue el primer Sapan Inca. Sus descendientes, todos los siguientes Sapan Inca, debieron reproducir la vida del héroe fundador e imitar sus esfuerzos por construir un orden en el mundo. Los incas se atribuyeron un origen divino, llamándose hijos del Sol y de la Luna. Por lo tanto, el Sapan Inca era un semidiós heroico, cuyo poder emanaba de la voluntad divina y debía cumplir estrictas reglas ceremoniales. Por su condición de héroe fundador, cada inca era venerado después de su muerte. El culto heroico de cada inca difunto era mantenido por un grupo familiar en particular, su panaca, que conservaba su mallqui, su momia, a la que rendían culto.
El Sapan Inca era el vocero del dios Sol y el garante del orden en el mundo. Encargaba el gobierno de las diferentes regiones a sus parientes, reales o imaginarios, a través de una estructura de delegaciones y de un aparato administrativo de funcionarios especializados. El Inca no podía ser visto por sus vasallos, los hatun runa, sino que debía ser objeto de culto. Su presencia sacralizaba el espacio y estaba sometido a constantes prácticas de purificación. Para resaltar el cambio con cualquier vida anterior que hubiera podido llevar, el Sapan Inca cambiaba de nombre al ser elevado al trono.
El Estado inca fue gobernado simultáneamente por dos reyes, uno Hanan y otro Hurin. Esta dualidad establecida jurídicamente realizó en cierto modo el rol de una división de poderes. El gobernante Hanan cumplía las funciones profanas, cívicas y militares, mientras que el gobernante Hurin cumplía las funciones sagradas. El gobernante Hanan era llamado Sapan Inca, como símbolos de poder usaba la mascaipacha, el yauri y el sunturpaucar y se sentaba en el ushno, el trono. El inca Hurin cumplía la función de sumo sacerdote del dios Sol, bajo el nombre de Villac Uma. Los sumos sacerdotes solían proceder del ayllu Tarpuntae. El sumo sacerdote podía remplazar al Sapan Inca en caso de ausencia, enfermedad o muerte, como ocurrió con Colla Túpac, que gobernó a la muerte de Huayna Cápac hasta que Huáscar fue proclamado Sapan Inca.
No existía un orden sucesorio claro para ser proclamado Sapan Inca. Garcilaso y la mayoría de los cronistas difundieron la idea de que seguían una línea de primogenitura, aunque otros cronistas anotaron que el inca gobernante escogía al más capaz de sus hijos como su heredero. Ninguna de las dos posturas fue real. Los hijos del inca difundo competía entre sí por el poder, contando con el apoyo de las familias reales. Pero existió el intento de reglamentar la sucesión a través del correinado y manteniendo en secreto la muerte del inca hasta que su sucesor se hubiera afianzado en el poder. Sin embargo, que el inca gobernante asociara a su candidato a sucesor como correinante no garantizaba su ascenso posterior. La práctica de mantener el secreto sobre la muerte del Sapan Inca buscaba evitar un golpe de estado durante el interregno. Sin embargo, la sucesión en el Estado incaico siempre estuvo marcada por un periodo de crisis y violencia. El Estado inca sobrevivió a las sucesivas luchas intestinas por el poder, siendo las dos más conocidas las que sostuvieron Urco Inca e Cusi Yupanqui, luego Pachacútec, y Huáscar y Atahuallpa.
Cada Sapan Inca, para mantener la pureza de su linaje, debía casarse con una hermana suya por parte de padre, la que se convertía en coya o esposa principal. Sin embargo, durante los reinados de los primeros incas más probablemente predominó el matrimonio exogámico, debido a la necesidad de establecer relaciones de parentesco con los otros pueblos del valle sagrado. Pachacutec, reformador del Estado inca, reestableció la endogamia entre las familias reales, de manera que sus sucesores, Túpac Yupanqui y Huayna Cápac, se casaron con sus hermanas de padre.
Los Sapan Inca provenían de las panacas, las familias reales. Los cronistas describieron a las panacas como familias formadas por todos los descendientes de un Inca difunto, excluyendo al que era elevado al trono. Los incas señalaban su pertenencia a estas familias reales a través de la deformación craneana. La palabra panaca provendría de pana, la hermana en el habla del varón. Las panacas habrían sido familias extensas matrilineales, conformadas primordialmente por mujeres. Los hombres ingresaban a las panacas al final de la adolescencia, después de cumplir la ceremonia de huarachico, que marcaba el inicio de la vida adulta. Según Zuidema, las panacas habrían existido originalmente y los Sapan Inca habrían sido elegidos dentro de ellas. Desde su niñez, los hombres perforaban sus orejas y las adornaban con discos de tamaño creciente, de modo que dilataban sus lóbulos que ya en la madurez les colgaban hasta los hombros. Por esta característica eran llamados orejones. Durante el reinado de Túpac Yupanqui, las panacas, encabezadas por su mallqui, y los orejones ya se habían repartido las tierras de los alrededores del Cusco y abundantes yanas, recibiendo continuamente valiosos regalos de los almacenes estatales como muestras de redistribución del inca reinante para mantener los vínculos de reciprocidad. Los mallquis seguían exhibiendo los símbolos de poder y eran tratados como en vida, recibiendo ofrendas y siendo atendidos por sus esposas. Las panacas necesitaban de tierras y siervos para mantener el culto del inca difunto.
El Sapan Inca abandonaba su propia panaca cuando ascendía al trono y se convertía en un excluido, un huaccha, de su grupo de parentesco. No retenía como herencia ningún bien de su panaca, por lo que debía procurarse un patrimonio personal que era heredado por su linaje a su muerte. El linaje del inca difunto preservaba y rendía culto a su mallqui, su momia. La muerte del inca era honrada con funerales públicos, duelo general y sacrificios humanos. Cuando falleció Huayna Cápac fueron sacrificadas cuatro mil personas, entre esposas y yanas, para acompañarlo en la otra vida. Los incas a partir de Pachacútec comenzaron a acumula grandes patrimonios personales. Pachacútec tomó para sí las tierras desde Ollantaytambo hasta el actual Machu Picchu; Túpac Yupanqui tomó las tierras de Tiobamba y Chincheros y Huayna Cápac tomó las tierras de Yucay, Jaquijahuana, Gualaquija y Pucará, las que fueron trabajadas por yanas. Cada una de sus familias, el Hatun Ayllu, el Cápac Ayllu y la Tumibamba Panaca, se enriquecieron grandemente.
Además de las panacas matrilineales existieron en Cusco linajes patrilineales, los ayllus custodios. Las panacas reales y los ayllus custodios formaron la elite cusqueña. En su apogeo la etnia inca debió comprender medio millón de personas.
La llacta del Cusco, la capital, centro administrativo y ceremonial, fue reformada por Pachacútec a partir de 1440 y luego por su hijo, Túpac Yupanqui. Pachacútec dispuso la reconstrucción del Cusco después de la derrota de los chancas y trazó el plano de la ciudad, cordel en mano a decir de Betanzos, simulando la figura de un puma cuya cabeza se encontraba en Sacsayhuaman y la cola en la confluencia de los dos ríos que la atravesaban, el Huatanay y el Tulumayo. Las garras del puma se encontraban entre las dos grandes plazas, la Cusipata y la Aucaypata. Para recrear la ciudad, ordenó despoblar dos lengua a la redonda y redistribuyó los predios entre las panacas y los ayllus custodios según su parecer. El Cusco fue transformado en ciudad real y en su momento de apogeo debió tener entre sesenta y cien mil habitantes. El Cusco estaba dividido en dos mitades territoriales y sociales, el Hanan Cusco y el Hurin Cusco, en las que repartían doce barrios, en lugar de los cuatro que existieron anteriormente: Colcampata, Cantutpata, Munay Senga, Rímac Pampa, Cayaocachi, Chalquichaca, Piqchu, Quillipata, Carmenca, Huaca Puncu, Puma Curcu y Tococachi. El centro de la ciudad era el Coricancha, el templo del Sol. Desde el Coricancha salían los ceques, radios dirigidos hacia todos los santuarios ubicados alrededor de la llacta. Pachacútec reformó la antigua repartición del Cusco, anterior a la llegada de Manco Cápac, dividida en cuatro barrios como entre cuatro curacas: Manco mismo, Tocay Cápac, Pinahua Cápac y Colla Cápac. Pachacutec los desplazó del poder, pero aun así no pudo subrogar sus derechos sagrados y ocultar que el mismo no tenía un ceque propio.
Las panacas reales y los ayllus custodios ocupaban los ceques donde se encontraban sus huacas o santuarios, aunque dos de ellas, Raura Panaca de Sinchi Roca y Tumibamba Panaca de Huanay Cápac, no tuvieron ceques aunque sí huacas. En total salían del Coricancha 42 ceques, en los que se distribuían las 328 huacas cusqueñas. Los ceques esquematizaban la división del mundo en mitades y en cuatro partes. Los ceques comenzaban en la mitad Hanan y las partes del norte, Chinchaysuyo y Antisuyo, y terminaba en la mitad Hurin y las partes del sur, Collasuyo y Contisuyo. Los ceques se agrupaban en tríos que eran Collana, Payán y Cayao. Chinchaysuyo, Antisuyo y Collasuyo tenían cada uno nueve ceques, mientras que Contisuyo comprendía los restantes ceques, incluyendo a las huacas del antiguo grupo dominante del valle, los ayarmacas. Las panacas y los ayllus custodios se distribuían los ceques. La Chima Panaca de Manco Cápac ocupaba un ceque de Contisuyo. La Auayni Panaca de Lloque Yupanqui y la Apo Mayta Cápac Panaca de Cápac Yupanqui ocupaban ceques del Collasuyo.
Aunque los soberanos se casaban muchas veces para mantener extensas relaciones de parentesco con grandes señores de otras etnias, solamente los hijos nacidos en sus matrimonios con mujeres de las panacas reales tenían derecho a aspirar al trono. Dado que las panacas eran linajes matrilineales, los candidatos al trono hacían valer tanto el derecho materno de la panaca como el paterno del difunto inca. Las distintas familias reales competían entre sí por colocar a un candidato suyo en el trono. Las luchas entre los aspirantes a Sapan Inca se repetían al final de cada reinado, ya que todos los hijos de un inca gozaban de iguales derechos y prerrogativas. El Estado inca vivía crisis periódicas en cada sucesión, la última de las cuales fue la guerra civil entre Huáscar y Atahualpa, miembros del Cápac Ayllu de Túpac Yupanqui y del Hatun Ayllu de Pahacútec. La guerra civil estalló a la muerte de Huayna Cápac y del sucesor que él había designado, Ninan Cuyuchi, del Hatun Ayllu. Huayna Cápac había fallecido en Quito por la epidemia que estaba diezmando a los hombres andinos, probablemente viruela. Su cadáver debía ser trasladado en secreto al Cusco, pero la madre Huáscar, Raura Ocllo, se adelantó e hizo pública la noticia para convencer a las panacas para que eligieran a su hijo. Atahualpa, que había acompañado a su padre, permaneció en Quito cuando Cusi Túpac Yupanqui, del Hatun Ayllu, volvió a Cusco llevando el mallqui del inca difunto. Las panacas debían ser convocadas para apoyar la elección de Huáscar, pero no existía entre ellas consenso. Un grupo de nobles, encabezados por Chuquis Huaman, planearon la muerte de Huáscar y el ascenso de su propio candidato, Cusi Atauche, pero fueron descubiertos y ejecutados por orden de Huáscar. El descontento cundió entre los ayllus del Hanan Cusco. Huáscar, temeroso de su hermano Atahualpa, ordenó su prisión. Desconfiado y resentido con la nobleza Hanan, Huáscar se rodeó con una guardia extranjera de cañaris y chachapoyas y amenazó con despojar a las panacas y a los difuntos de sus bienes. Los desatinos de Huáscar permitieron al Hatun Ayllu congregar a las panacas y formar un partido a favor de Atahualpa, quien seguía en el norte a la cabeza del ejército de su padre. Luego se desató la guerra, que terminaría ganando Atahualpa. Cuando ocupó el Cusco, Atahualpa se vengó en el Cápac Ayllu. Cusi Yupanqui, enviado de Atahualpa, mató a todos los parientes de Huáscar que pudo hallar, incluso mujeres y niños, y quemó el mallqui de Túpac Yupanqui para acabar con su linaje.
Fue en esta situación que los conquistadores llegaron a Tumbes. Su lucha por el control de los Andes fue veloz y exitosa. Francisco Pizarro partió en su último viaje a Perú en 1531. Para la navidad de ese año alcanzó la isla de Puná y se adentró en el territorio del Tahuantinsuyo. El 15 de julio de 1532 fundó la ciudad de San Miguel de Tangarará, en Piura, la primera de las fundaciones que constituyeron la base del dominio hispano. Desde aquí marchó a Cajamarca, con 62 jinetes y 106 infantes, para capturar al Sapan Inca, la tarde del sábado 16 de noviembre de 1532. Al año siguiente lo ejecutó y el viernes 14 de noviembre de 1533, Pizarro victorioso ingresó pacíficamente en la hatun llacta del Cusco.
La dominación española se estableció sobre una población andina diezmada por las epidemias diseminadas por las guerras de los conquistadores y en la crisis sucesoria desatada tras la muerte de Huanay Cápac. La población en el área actual de Perú fue estimada por Cook entre 4 y 15 millones. Después de la Conquista se produjo un colapso demográfico, de manera que en 1570 la población india era solamente 1.3 millones. La población india continuó retrocediendo, al punto que en 1620 eran solamente 700,000. La caída de la población fue mayor en las zonas con mayor presencia europea, en la costa que en la sierra. Señoríos tan importantes como Pachacamac tendrían solamente una decena de tributarios a la vuelta de un siglo. La Conquista fue una tragedia para los Andes:
La muerte se volvió equivalente de conquista. Las guerras, la propagación de epidemias, las nuevas jornadas de trabajo. (Flores Galindo, Buscando un inca)
Se han dado varias explicaciones para este desastre demográfico: las muertes producidas por las enfermedades difundidas por los movimientos de población, por las guerras mismas, por el sistema de explotación impuesto por los conquistadores. La mayoría de las grandes epidemias humanas se han originado en Africa y no habían llegado a América. En el siglo XVI, estas epidemias asolaron el mundo andino. Ocurrieron pestes en 1525, 1546, 1558-59 y 1585. La gravedad de las enfermedades fue tal que puede haber matado tanto como al 90% de la población. La prédica religiosa pudo haber propiciado aún más la difusión de las enfermedades transportadas en el aire.
El cristianismo es una religión de la palabra: privilegia la transmisión oral, la lectura y el comentario de los textos sagrados, la prédica y el sermón, la confesión y la absolución. Pero la palabra no solo transmite el mensaje revelado: lleva también la muerte para cuerpos, que a diferencia de los del viejo mundo, no están suficientemente inmunizados. (Flores Galindo, Buscando un inca)
Para poder controlar el territorio andino, Pizarro fundó ciudades a la usanza española donde debían avecindarse los colonizadores españoles: Jauja, Cusco, Lima, Trujillo. Los conquistadores buscaron establecerse como una nueva nobleza en tierras americanas. La hueste perulera estuvo formada principalmente por castellanos, andaluces y extremeños. Eran soldados en busca de fortuna, la mayoría de ellos sin oficio ni beneficio, codiciosos, cegados por el hambre de oro. Unos pocos fueron de origen esclarecido. El padre de Garcilaso, el capitán Sebastián de la Vega, estuvo entre los más nobles de ellos. Entre los conquistadores se encontraban hidalgos, artesanos, marineros, campesinos y gente marginal que esperaba enriquecer en las Indias. Los conquistadores buscaron un mejor futuro en el Nuevo Mundo, abandonando una España que no le ofrecía oportunidades de obtener honra y provecho con el oficio de las armas. Algunos vinieron a los Andes por riqueza y fama, luego de probar suerte en otras partes de las Indias o de pelear en las guerras del rey en Italia o Flandes, como Francisco de Carbajal. Los conquistadores trataron de sellar su éxito militar con el social, convirtiéndose en encomenderos, en una forma modernizada del régimen señorial de la España medieval.
La captura de Atahualpa y la ocupación del Cusco fueron seguidas por el envío a España de los fabulosos quintos reales. Tras tomar el tesoro de Atahualpa, Pizarro lo hizo pesar: hubo 1’326,500 pesos de oro de 4.18 gramos — es decir, 5,600 kilogramos — y 52,000 marcos de plata de 230 gramos — es decir, 11,960 kilogramos. En Cajamarca, el quinto real ascendió a 100,000 peso de oro y 5,000 marcos de plata. Cada soldado recibió más 18 kilos de oro y más 40 kilos de plata. Los capitanes recibieron entre 130 y 150 kilos de oro. En Cusco, el botín obtenido fue aún mayor: 588,000 peso de oro y 228,000 marcos de plata, equivalentes a 1’050,000 de pesos.
Luego de pagar el quinto real, el tesoro de los incas fue repartido entre los conquistadores y todos ellos intentaron alcanzar una encomienda. Los conquistadores esperaban convertirse en una nueva nobleza en las Indias con una base territorial, a semejanza de la nobleza europea. Francisco Pizarro realizó los primeros repartos de encomiendas tras la fundación de ciudades, favoreciendo a su familia y a sus partidarios.
Las discordias entre los peruleros y los intentos de la Corona por reglamentar las relaciones sociales entre colonizadores y colonizados condujeron a las guerras civiles de los conquistadores y luego a los esfuerzos de la Corona para establecer su autoridad sobre los nuevos territorios. Las guerras civiles comenzaron tras el regreso de Diego de Almagro de su desastrosa expedición a Chile. Almagro y su gente, llamados luego los de Chile, se sentían estafados y engañados por el reparto de honores y riquezas que había hecho el marqués Pizarro. Almagro terminó enfrentándose a su hermano Hernando Pizarro en la batalla de Salinas, donde fue derrotado, capturado y posteriormente ejecutado en su celda. Después de la muerte del Adelantado, los de Chile quedaron sumidos en la miseria, sin encomiendas y arruinados luego de la expedición al sur. Se agruparon en torno a Diego de Almagro el Mozo, hijo mestizo del Adelantado, y de Juan de Rada y decidieron tomar la justicia en sus manos. El domingo 26 de junio de 1541 atacaron por sorpresa al gobernador Francisco Pizarro y le dieron muerte. El partido de los Pizarro se congregó entorno al juez visitador de la Corona, el licenciado Cristóbal Vaca de Castro, y se enfrentaron al bando de los de Chile, a los que derrotaron en la batalla de Chupas el 16 de septiembre de 1542. Vaca de Castro, codicioso y fraudulento, realizó una nueva distribución de las encomiendas, pero dos meses después el Emperador Caros V promulgó las Leyes Nuevas y se originó una nueva crisis.
Las Leyes Nuevas determinaron el final de las aspiraciones nobiliarias de los conquistadores, ya que prohibieron la perpetuidad de las encomiendas. Cuando la Corona les negó esta opción, los encomenderos desconocieron la autoridad de los funcionarios reales. Este rechazo fue el fundamento de la rebelión de Gonzalo Pizarro, quien con su deseo de convertirse en un rey del Perú se volvió abiertamente subversivo, considerando que la realeza era una condición otorgada por gracia divina, no por sus ascendientes sino por sus méritos. Los conquistadores buscaron crear un nueva nobleza, desconociendo los derechos de la población andina y apropiándose de sus bienes. El dominio de los españoles en los Andes fue un desastre para la población originaria.
La relación que ellos [los españoles] entablaron con los indios fue una relación de imposición y asimétrica. (Flores Galindo, Buscando un inca)
Los conquistadores fundamentaban sus reclamos argumentando que la Conquista de América fue realizada como una empresa privada. Los conquistadores no fueron soldados regulares que peleaban una guerra del rey, sino que fueron mercenarios en busca del enriquecimiento rápido y fácil que ofrecían el oro y la plata americanos, a través del saqueo o de la más simple extracción. No se sentían agradecidos con la Corona y estaban llenos de suspicacia y animadversión hacia los funcionarios reales. Los conquistadores peruleros muchas veces mostraron rencor contra su soberano. En 1545, capitaneados por Gonzalo Pizarro, se rebelaron contra la Corona, pero fueron sometidos por el licenciado Pedro de la Gasca. La Gasca organizó la colonia de manera favorable a la Corona, estableciendo el sistema laboral de las minas de plata en el Alto Perú, la audiencia de Lima y primeros corregimientos. El pacificador realizó un nuevo reparto de encomiendas, siendo aconsejado en el otorgamiento de mercedes por el dominico Jerónimo de Loaysa, primer arzobispo de Lima y partidario del padre Bartolomé de Las Casas. En agosto de 1548, en nombre de la Corona concedió 215 encomiendas a los principales beneméritos, teniendo ellas una renta anual de más de un millón de pesos. Además estableció pensiones por un valor de 135,000 pesos para aquellos que no alcanzaron mérito suficiente para lograr una encomienda. Sin embargo, el reparto del pacificador creó malestar, ya que las dos terceras partes de los conquistadores no alcanzaron merced alguna, y quienes las lograron no lo hicieron por sus esfuerzos en la Conquista sino por haberse pasado al bando de la Corona durante la rebelión de Gonzalo Pizarro. El resentimiento contra la Corona permaneció latente en la mayoría de los colonos españoles y estalló en un nuevo motín en 1553, esta vez capitaneado por el encomendero cusqueño Francisco Hernández Girón. El detonante de esta nueva rebelión fue la supresión del servicio personal de los indios ordenada por la Corona y puesta en vigencia por la audiencia de Lima en 1552. Hernández Girón derrotó a las fuerzas leales en las hoyas de Villacurí y en Chuquinga, pero no logró ocupar ni Lima ni el Cusco y su ejército lo abandonó. Finalmente fue capturado en el tambo de Hatun Jauja y enviado a Lima, donde fue arrastrado públicamente y decapitado el 7 de diciembre de 1554. Con la ejecución de Hernández Girón acabaron las rebeliones de los encomenderos y se estableció un nuevo orden en la colonia. La Corona, cansada de la inestabilidad social del Perú, decidió restringir los permisos de embarque, autorizando el pasaje al Nuevo Mundo solamente a colonos casados, mercaderes o que demostrasen poseer calificaciones adecuadas. Andrés Hurtado de Mendoza, tercer virrey del Perú, informó al Emperador que vivían allí unos ocho mil españoles, de entre quienes menos de quinientos poseían un repartimiento de indios, mientras que otros mil tenían un negocio o un oficio que les aseguraba cierto nivel de vida, pero que el resto carecía de medios de subsistencia. El sistema de encomiendas ya estaba en declive, habiéndose reducido su número a 447 en 1562. Los españoles sin oficio ni beneficio eran una constante fuente de disturbios. Para tranquilizar la vida en la colonia, Hurtado de Mendoza mandó ajusticiar o desterrar a más de ochocientos quejosos e indeseables. Fundó nuevas ciudades y villas para que pudieran establecerse los españoles carentes de tierras y de encomiendas y organizó la expedición pacificadora de Chile para dar ocupación a la gente ociosa del país. Durante su gobierno también tuvo lugar la desgraciada expedición de Pedro de Urzúa a Machifaro y la tierra de Omagua, que terminó con la rebelión de Lope de Aguirre. La consolidación de la autoridad real y el final del primer pacto colonial ocurrió durante el gobierno del virrey Francisco de Toledo. Sin embargo, el orden que Toledo trató de imponer terminó rebasado por la realidad y los hombres andinos intentaron volver a hacerse cargo de sus vidas y ganar espacios en este nuevo mundo
En la sociedad colonial un hombre podía ocupar determinado lugar por su casta y otro, muy distinto por sus ingresos. Entender esto último exige considerar que a medida que transcurría el orden colonial se fue desdibujando la identificación inicial entre blanco-colono e indio-colonizado. (Flores Galindo, Buscando un inca)
Garcilaso abandonó el país antes del fin de este primer pacto colonial, de las reformas de Toledo y las campañas de extirpación de idolatrías. El orden colonial mantuvo incluso la diferenciación existente en la época prehispánica entre curacas y etnias. Los mecanismos de inclusión y exclusión del estado colonial fueron aceptados por la población, lo que permitió el dominio español sin cuestionamiento durante siglos. La división de los líderes nativos y la fragmentación de los movimientos de protesta también fueron consecuencia de la incapacidad para establecer un discurso que articulara los diversos sectores sociales y regiones geográficas. La justicia de la administración real fue la base del orden público. La percepción de lo injusto de la dominación española, resaltada por religiosos dominicos, franciscanos y jesuitas, fue trascendental para la formación de una conciencia propia y diferente del hombre andino a partir de Garcilaso y, sobre todo, de Guaman Poma. Los nuevos derechos reclamados por la Corona y las autoridades coloniales, sin ofrecer a cambio ninguna retribución a la población andina, terminaron por producir la ruina del orden social que había sobrevivido a los saqueos de la Conquista. Las sociedades andinas habían desarrollado en cierta medida una mentalidad de señores y vasallos entre los curacas y los hatun runa y percibieron las exigencia de la Corona como injustas y arbitrarias tanto como las exigencias hechas antes por los conquistadores. La extracción de tributos y el desvío de los trabajadores indígenas hacia nuevas actividades, como la minería, significaron la ruina de la agricultura andina. A esto se sumó la introducción de nuevas especies animales y vegetales que trastornaron profundamente la producción alimentaria, cambiando completamente el paisaje de muchos valles, especialmente en la costa. Muy tempranamente los españoles iniciaron la crianza y el cultivo de productos traídos de Europa: ganado vacuno y ovino, trigo, azúcar, vid y olivo. Estos nuevos animales y plantas alteraron la ecología de las regiones andinas, desplazaron a las especies locales y contribuyeron a un largo periodo de hambruna.
En un inicio, las autoridades españolas intentaron mantener las estructuras nativas de producción así como parte de su sistema jurídico, adaptado a las necesidades coloniales de administración. Pero el afán hegemónico y ferozmente católico de los Austria se acrecentó durante el reinado de Felipe II. Las autoridades reales se decidieron a reproducir el orden del Viejo Mundo en el Nuevo, fundaron una sociedad estamental, de grupos separados, y promovieron una actitud tradicional que terminó creando la imagen de dos repúblicas bajo un mismo régimen colonial, una república de españoles y otra república de indios, abandonando cualquier intento de integración y fusión de pueblos andinos con los colonizadores, como habían abandonado el intento de asimilación de los moriscos en la península.
Sin embargo, pese a los deseos de la administración española, la sociedad colonial no logró conservarse completamente dual, sino que produjo grupos intermedios, sin un sitio definido en este mundo, dejados casi a la deriva.
A pesar de la estricta demarcación de fronteras jurídicas entre españoles e indios –quienes debían formar dos repúblicas separadas y autónomas- la relación entre vencedores y vencidos terminó produciendo una franja incierta dentro de la población colonial: los mestizos, hijos de unos y otros y a veces menospreciados por ambos. (Flores Galindo, Buscando un inca)
La dualidad social plena, establecida jurídicamente, fue desdibujándose con la aparición de los mestizos, de los criollos, de los esclavos africanos y de las muchas castas que nacieron de su mezcla, así como de la evolución económica del mismo mundo andino.
A pesar de los desafíos a la rigidez de la jerarquía social hechos por los cambios de los tiempos, esta dualidad jurídica de españoles e indios persistió, bajo otros nombres, incluso después del fin de la colonia y de la proclamación de la República.
El reclamo por la justicia real y por la conducta cristiana por parte de las autoridades apareció siempre a la cabeza de las quejas de las comunidades andinas y en las personas que las representaron. Sus primeros voceros fueron Garcilaso de la Vega y Felipe Guaman Poma. Ellos imaginaron una nueva nación definida como un orden pensado que orientaba la actividad de la sociedad, elaborado a partir de criterios étnicos, culturales, jurídico y cívico. Las utopías propuestas por estos dos cronistas servían para fundamentar tanto el proceso de la formación de una nación en los Andes como para describir la evolución conceptual en el proceso de construcción de una identidad como pueblo entre las diferentes etnias que habían poblado el Tahuantinsuyo. Este proceso de construcción de una identidad suponía alcanzar un acuerdo sobre la dirección del proceso y armonizar a la sociedad que vivía en el país, que lo aceptaba y se identificaba con él. Armonizar no solamente actitudes individuales sino crear una identidad cultural e histórica. El recuerdo de un Estado podía convertirse en una nueva nación, mediante la integración y participación de los hombres andinos, y con la creciente lealtad e identificación de todo el conjunto de habitantes del país. Sin embargo, las elites criollas en el Perú republicano no estuvieron dispuestas a incluir a los hombres andinos en la construcción nacional.

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