lunes, 29 de septiembre de 2008

Errata

Ninguna obra humana está completa ni libre de errores. Cervantes concluyó la primera parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha con el robo del rucio a Sancho Panza, pero continúa la segunda con ellos juntos otra vez junto a su señor. Así, en la página 51 de la edición de Buscando un inca publicada en Lima en 1988 se lee:
En 1607 y 1619, con la edición de la primera y segunda parte de los Comentarios Reales, termina el nacimiento de la utopía andina.
Flores Galindo no llegó a corregir esta falla, pese a tratarse ya de la tercera edición de su obra. El ya no está vivo para hacerlo y con el mayor respeto, que no otro motivo me impulsa a ello, anoto:
En 1609 y 1617, con la edición de la primera y segunda parte de los Comentarios Reales, termina el nacimiento de la utopía andina.

Aniversario de los Comentarios Reales

Los Comentarios reales del Inca Garcilaso de la Vega fue la obra fundadora de la literatura y de la historia escrita por los que luego vendríamos a llamarnos peruanos. En 1609 fue publicada en Lisboa la primera parte y la segunda parte, titulada por sus editores Historia general del Perú fue publicada en Córdova en 1617. En Lima no se vería una edición hasta 1918. Garcilaso rescató su pasado y empleó al lenguaje como una herramienta para comprenderlo. Garcilaso no pretendió dar cuenta de toda la historia del país, sino de aquella que él conocía. Estaba convencido de que los historiadores no debían persistir en la contradicción mutua, sino en la interpretación, y buscaba lograr la inserción del mundo andino en Occidente, en la República cristiana.
La reflexión sobre los orígenes y la definición de nación peruana, del sentimiento nacional y del nacionalismo fueron temas importantes de investigación para la historiografía peruana del siglo XX. La generación del novecientos, especialmente José de la Riva Agüero y Víctor Andrés Belaunde, recuperación la figura del Inca Garcilaso y lo propusieron como modelo para los peruanos, resaltando su condición de mestizo y su pertenencia a la tradición occidental, como ejemplo de un hombre que se abría a las influencias del mundo. Flores Galindo también estudió la obra de Garcilaso para definir las relaciones entre la nación real y la posible, como utopía. Tanto él pero aún más Guaman Poma resaltaron el papel del Estado en la creación de una República, no solamente bajo el aspecto institucional y bajo las prácticas políticas, sino que también a través de los aspectos culturales y morales que debían promoverse, tanto para lograr la formación de la conciencia entre los habitantes de este reino, fueran europeos o andinos. Flores Galindo rastreó en Garcilaso el origen de las identidades particulares y regionales en los Andes, tanto como la creación de elementos del imaginario y de la memoria de los distintos grupos humanos que habitaban en los países andinos. Luego criticó a Riva Agüero y Belaunde porque afirmaban el carácter constituido de la nación peruana, mientras que él se reafirmaba en la definición dada por Renan de la nación como una consulta constante a la población por su identidad. El resaltó la necesidad de estudiar los procesos de construcción de esta nación posible ubicada en los Andes y conformada por hombres andinos y por inmigrantes de tantas partes del mundo. El investigó la relación que existió entre la modernidad y la aparición de la nación, buscando las causas políticas, culturales y económicas que provocaron la emergencia de naciones en los Andes.
Al comenzar el siglo XX, la elite de la República aristocrática peruana había dado por resuelto el tema de la identidad nacional. Pero una generación de intelectuales, la generación del novecientos, integrada por José de la Riva Agüero, Víctor Andrés Belaunde o Raúl Porras Barnechea decidieron investigar cuál era la base de la peruanidad. Ellos la entendieron como heredera de la gesta de la Conquista y del mestizaje, aunque privilegiaron la tradición hispánica sobre los aportes andinos. A diferencia de los pensadores positivistas de la República aristocrática que tuvieron un claro racismo, como Javier Prado o Alejandro Deustua, ellos reconocieron la dualidad del país, pero estaban convencidos de que el país se fundaba y se fundía en las ciudades criollas, creadas por los españoles. Una generación más tarde Jorge Basadre llamó la atención sobre el Perú profundo, encarnado en los tercos y ásperos campesinos de las tierras altas, que nunca habían claudicado ante los conquistadores y que se resistían a ser asimilados en la sociedad occidental y se negaban a desaparecer.
Riva Agüero realizó una recuperación dramática de la formación de la identidad durante la colonia a partir de la figura del Inca Garcilaso. Defendió la historicidad de los Comentarios reales frente a los ataques de Marcelino Meléndez Pelayo. Empleó la figura del cronista mestizo cusqueño para definir la identidad nacional peruana en particular y latinoamericana en general. Riva Agüero destacó como principal característica de la obra de Garcilaso su completa integración a la cultura europea, española y cristiana católica. Por esto resaltó la figura de Garcilaso como un historiador renacentista. Pero por el mismo motivo, la etnohistoria terminó desarrollando desconfianza hacia la obra de Garcilaso y relegándola. Tom Zuidema y María Rostworowski negaron su valor como fuente para el estudio del pasado andino. Los críticos de Garcilaso asumían que él deliberadamente había alterado la información de acuerdo a los modelos renacentistas y a sus necesidades personales.
Garcilaso al construir su relato se enfrentaba al problema de narrar el pasado andino de forma que fuera comprensible para sus lectores, los descendientes de la nobleza cusqueña, que necesitaban una historia que los justificara, y para los occidentales, ignorantes de la historia andina. Este texto, escrito tanto para su presente como para el futuro, ha logrado un nuevo significado. El siglo XX vivió fenómenos que transformaron completamente la sociedad peruana y la manera como ella se veía a sí misma. Migración, desborde popular, crisis del Estado, cholificación, utopía andina, guerra silenciosa. La segunda mitad del siglo XX presenció el descubrimiento de un país hasta entonces ignorado, a través de estudios arqueológicos e históricos. Los antropólogos, lingüistas y etnohistoriadores, cumpliendo los anhelos de José María Arguedas, revelaron un país no de una sola alma, sino de múltiples rostros, heterogéneo, formado mediante diferentes tradiciones históricas. El siglo XX vivió la irrupción de lo andino como una nueva forma de conciencia del Perú. Los peruanos descubrieron su propia historia y volvieron a plantear los objetivos de la sociedad y del Estado. Ya no hace falta un Estado que suprima todo lo plural y diferente, sino que nuestro país necesita crecer reconociendo las muchas herencias, andina, occidental, africana y oriental, que tiene.
Desde su fundación, las ciudades empezaron a ser asediadas, ocupadas y al final invadidas por personas que no tenían un lugar en la sociedad y que no conseguían ser integradas en ella: eran los mestizos, las castas del orden estamental español, los hijos de la Conquista y de la vergüenza, hombres sin esperanzas a quienes ese mundo no ofrecía ninguna alternativa. Flores los describía como:
Hijos naturales, personas ilegítimas… vagos, desocupados, marginales. El estereotipo los identificó con gente pendenciera, dispuesta a cualquier revuelta. (Flores Galindo, Buscando un inca)
Pero en el siglo XX, estas personas ilegítimas y marginales fueron los provincianos, campesinos de los Andes, cholos pobres, quienes invadieron las ciudades de los conquistadores.
Garcilaso, un mestizo, calmado y deseoso de alcanzar un lugar en la sociedad, fue la primera voz de este grupo, que no pudo asumir la identidad de los conquistadores y que empezó a imaginar un orden diferente al instaurado por las autoridades coloniales, soñando con un pasado fabuloso.
La utopía andina se formó a partir de las meditaciones de Garcilaso ante los restos de la sociedad andina originaria. El asumió los desafíos del mundo moderno para entregarse a la creación de una identidad, al reclamo por los derechos de los hombres, a la conciencia de la historia propia, aunque debiese acabar con el pasado andino para crear una modernidad propia. La utopía que Garcilaso narró fue el medio para educar la mentalidad de los hombres andinos y permitirles responder al desafío de la historia moderna. Esta utopía fue una herramienta para sobrevivir ante el embate de Occidente.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Aniversario de la publicación de los Comentarios Reales

El próximo año se celebran el cuarto centenario de la publicación de los Comentarios reales, ocurrida en Lisboa en 1609. Esta obra es el testimonio personal de la historia de los incas y una definición para un país a la vez nuevo y antiguo, entre el mundo incásico y el cristiano, entre la tradición oral y la escritura, entre el pasado y el porvenir, hecho el primer gran escritor andino, el Inca Garcilaso de la Vega. Desde entonces se ha resaltado su condición de hombre de dos mundos, provisto de una perspectiva privilegiada pero también destinado a una visión trágica.
En la ancianidad, solitario y frustrado, se refugia en el pueblito de Montilla y allí emprende una tarea diferente: escribir la historia de su país para entender sus desventuras personales. (Flores Galindo, Buscando un inca)
Garcilaso recorrió un largo camino hasta convertirse en escritor. En 1560, a los veinte años, llegó a una España que abandonaba el Renacimiento por la Contrarreforma, dejando atrás un mundo andino transfigurado. Esperaba ser aceptado en el entorno paterno y fue recibido en Badajoz por su tío homónimo, mayorazgo familiar. No debió sentirse muy cómodo este tío, ya que al año siguiente, en 1561, se mudó a Montilla, un pequeño pueblo de Andalucía, acogido por otro hermano de su padre, el capitán Alonso de Vargas, veterano de las guerras de Italia. Entre 1562 y 1563 residió en Madrid, gestionando mercedes ante la Corte por los servicios prestados por su padre. Sin embargo, para la Corona Garcilaso no era nadie, simplemente un mestizo, hijo de un padre traidor y de una bárbara madre india, un cristiano nuevo, descendiente de idólatras, desprovisto de verdaderos títulos nobiliarios e incluso de limpieza de sangre. No tuvo ningún éxito en sus gestiones y, frustrado, pidió autorización al Consejo de Indias para regresar a Perú, la que le fue otorgada en junio de 1563, como señalándole un camino al anonimato y la oscuridad. Sin embargo, él no volvió a su patria, sino que permaneció en España e hizo allí su vida.
Miro Quesada atribuyó su negativa a regresar a Perú al nombramiento de Lope García de Castro, el mismo que en el Consejo de Indias rechazó sus solicitudes, como gobernador general del Perú, por lo que Garcilaso no abrigaba esperanzas de un mejor futuro en caso de regresar al país. Incluso pudo haber pensado que sus posibilidades de alcanzar una vida honrosa podrían disminuir aún más por los cambios que podrían ocurrir y que ocurrieron durante los años siguientes. Finalmente, el futuro cronista retornó a Montilla, al hogar de su tío Alonso de Vargas. Decidió demostrar su hidalguía sirviendo en los ejércitos de Felipe II, para afirmar su nobleza a través del oficio de las armas, aunque no está probado que haya participado en las campañas de Italia o de Flandes. En 1568 se alistó en el ejército para combatir la rebelión de los moriscos en Las Alpujarras y obtuvo el grado de capitán. Durante los años siguientes Garcilaso volvió a reclamar privilegios, aunque ni haber peleado por el rey ni dedicarle su obra le daría ningún rédito. Sin haber obtenido beneficios pecuniarios de las acciones de armas, en 1570, regresó como siempre a Montilla. Se radicó definitivamente allí, se fue occidentalizando y llegó a ser perfectamente bilingüe. Su tío Alonso de Vargas falleció en 1570, dejándole en herencia la mitad de sus bienes, pero con usufructo vitalicio para su viuda, Luisa Ponce de León, que le sobreviviría otros quince años. Este periodo fue de vida honrada y modesta para Garcilaso. El permaneció en Montilla hasta 1591 para luego trasladarse a Córdoba.
Garcilaso inició su vida pública como escritor muy tardíamente. Recién en 1590 apareció su traducción de los Diálogos de amor y más tarde aún, en 1605, La Florida.
Al final de su vida concluyó la Historia general del Perú, segunda parte de los Comentarios reales, que dictó a su hijo Diego y se publicó póstumamente en Córdoba en 1617. En estos libros contaba dos historias que habían quedado entrelazadas: de un lado, la de la utópica sociedad incaica, que él proponía como modelo para cualquier sociedad; y la suya propia, la de su tiempo, de la Conquista y de la ruina final tanto de los incas como de sus conquistadores.
Yo, incitado del deseo de la conservación de las antiguallas de mi patria, esas pocas que han quedado, porque no se pierdan del todo, me dispuse al trabajo tan excesivo como hasta aquí me ha sido y delante me ha de ser, al escribir su antigua república hasta acabarla.
Mucho se ha especulado sobre los motivos que llevaron a Garcilaso a escribir su historia y las influencias literarias que recibió. Porras Barnechea propuso que un grupo de cronistas americanos, incluidos Garcilaso, Guaman Poma y Santa Cruz Pachacuti, escribieron sus obras para desmentir al Virrey Toledo y refutar a los cronistas toledanos, a Diego Fernández el Palentino y a Francisco de Gómara, dando fin a la versión difamatoria que ellos habían elaborado sobre los hombres andinos. Nuestro cronista habría citado a escritores españoles para fortalecer su posición. Raúl Porras identificó a ocho cronistas con los que Garcilaso dialogaba en su obra: el padre jesuita José de Acosta, Pedro Cieza de León, Fernández de Oviedo, López de Gómara, Diego Fernández el Palentino, Román, Blas Valera y Agustín de Zárate. Pero también dialogaba con las corrientes de pensamiento de su época (el humanismo y el Renacimiento, la Contrarreforma y el Barroco, el misticismo y la teoría política) y debatía las prácticas y los discursos oficiales que desde el establecimiento del virreinato detuvieron el ascenso y la incorporación de los grupos mestizos e indígenas descendientes de las aristocracias incaicas al aparato administrativo español.
El cronista estuvo preocupado por explicar tanto la actuación de su padre durante las guerras civiles como por hacer comprensible el destino de su familia materna. Estando ya establecido en Montilla, luego de haber peleado en la guerra de Las Alpujarras, se enteró que el virrey Toledo había condenado a muerte al último Inca, Túpac Amaru. Este príncipe, como él lo llama, era primo suyo por lado de su madre, Isabel Chimpu Ocllo. El Inca de Vilcabamba había sido derrotado y luego fue ejecutado por Toledo en la plaza mayor del Cusco, con lo que toda la nobleza cusqueña, incluidos quienes contribuyeron a establecer el dominio hispánico, quedaron marginado del proyecto colonial. Garcilaso se conviritó en un hombre sospechoso y casi infame, por la traición de su padre y la rebeldía de su primo. No había sido esta la postura inicial de los conquistadores ni de la misma Corona. El padre Bartolomé de Las Casas, consultado en Madrid, había propuesto que se reconociera al reino inca de Vilcabamba como un reino autónomo, pero vasallo de la Corona, dentro del Virreinato del Perú. Sin embargo, Toledo buscó una justificación para actuar contra los incas y sus herederos y argumentó que ellos no tenían derecho al reconocimiento de privilegios ni a la restitución de la propiedad de sus dominios, porque esos dominios los habían conseguido injustamente, haciendo guerras de conquista y usurpando el derecho de sus anteriores propietarios, los señores locales, a quienes terminaría por recurrir para asegurar el control de territorio y de la población. Toledo buscó demostrar que los Incas habían sido opresores de los otros indios y que los españoles habían liberado a los pueblos andinos de esta opresión, restituyendo a los verdaderos señores en sus justos derechos. Además, ya se había extendido la idea de que no había ninguna utilidad en rescatar el saber de los pueblos indios ni en conocer las creencias y los ritos de los nativos americanos. Incluso el padre José de Acosta había anotado la futilidad de su conocimiento. Por eso no valía la pena indagar en el pasado andino. Para Garcilaso, en cambio, la memoria del pasado era un tema central.
Garcilaso afirmó que había redactado su obra a partir de los relatos que había escuchado en su infancia, en particular aquellos hechos por su tío abuelo Tito Cusi Huallpa y se ha asumido que necesitó del tiempo y de la nostalgia para darle forma. Pero ya ha quedado claramente establecido que la narración que realizó nunca buscó ser un fuente histórica minuciosa y contrastable, sino un ensayo moral y un proyecto político. A través de la narración buscaba que la historia andina no terminara con la muerte del último inca de Vilcabamba, sino que se prolongara mediante la reivindicación y glorificación del pasado incaico, asumiendo la noción occidental de la fama pero continuando la tradición andina del relato del propio linaje. Tras haber adquirido una perspectiva del mundo con la traducción de los Diálogos de amor y destreza literaria y solidez en la exposición del tema tras la redacción de La Florida, Garcilaso emprendió la escritura de los Comentarios reales y a través de ellos la construcción un tinkuy, la historia de la confrontación entre los hombres andinos y los occidentales, empeñándose en la creación de una completa mitología para el país.
Riva Agüero y Porras afirmaron que Garcilaso escribió siguiendo las reglas de la historiografía renacentista, ejemplo de un hombre del Nuevo Mundo completamente integrado en Occidente, ajeno a las tradiciones andinas. Los historiadores renacentistas se caracterizaron por haber retomado el estudio de la literatura de la Antigüedad clásica, griega y romana, y buscaron recuperar a la retórica como un modelo de educación. Los humanistas en el siglo XV volvieron a las lecciones de Cicerón para el estudio de la Historia. Cicerón había establecido como ideales de la historiografía la elegancia en el estilo y la aplicación de los principios morales a los acontecimientos de la vida pública. Los historiadores latinos Tito Livio, Tácito y Suetonio, a quienes leyó Garcilaso, continuaron esta doctrina.
Pero ellos ignoraron que los escritores renacentistas también buscaron un acercamiento realista y práctico a la historia política y elaboraron una nueva perspectiva teórica y utópica. Leonardo Bruni, el Aretino, estudió las redescubiertas obras de Tácito y repensó la historia de la Roma republicana e imperial y de su ciudad natal, Florencia, a través de la experiencia romana. Luego Nicolás Maquiavelo y Francesco Guicciardini propusieron un nuevo modelo historia política, donde el mundo quedó vinculado a la ambición humana y fue sometido a la razón de Estado. En España, Elio Antonio de Lebrija difundió los nuevos modelos humanistas. Sin embargo, no se detuvo la redacción de crónicas siguiendo la tradición de la alta Edad Media, de acuerdo al modelo establecido por el canciller Pero López de Ayala.
Los comentarios en el Renacimiento fueron considerados como un género didáctico claramente definido, resultado de una larga tradición medieval. Los comentarios eran realizados sobre un texto clásico como desarrollo de un curso. El lector explicaba sus notas o comentarios a un texto clásico verbalmente, mientras que los alumnos tomaban apuntes sobre ellos. A partir de 1470 comenzó a difundirse la costumbre por la cual los profesores revisaban las anotaciones hechas por sus alumnos con el fin de preparar la publicación de un texto del curso dictado, que se convertía en un manual sobre la materia. Aunque al principio se solía publicar el texto glosado y los comentarios, a medida que los comentarios fueron volviéndose más extensos empezaron a publicarse por separado. Los pensadores humanistas emplearon este método para conservar y difundir sus investigaciones. Los textos usualmente comentados fueron la Biblia y los clásicos.
Durand y Miro Quesada investigaron las influencias europeas, clásicas, renacentistas, piadosas o jurídicas, presentes en su obra, pero siempre buscando justificar su condición de primer historiador peruano. En el caso de Garcilaso también debieron existir actitudes y motivos intelectuales y emocionales que satisfacer al momento de escribir y un marco referencial característico, diferente y personal.
Sin embargo, ni Porras, Durand o Miro Quesada supieron valorar los motivos del Inca. No apreciaron la influencia que León Hebreo y la tradición mosaica tuvieron en la obra del cronista. En 1590, Garcilaso había publicado en Casa de Pedro Madrigal, el impresor madrileño, su traducción de los Diálogos de amor de León Hebreo.
Judas Abrabanel, más conocido como León Hebreo, había nacido en Lisboa hacia 1460. Su abuelo, Samuel Abravanel, miembro de una importante familia judía de Sevilla, fue tesorero de los reyes de Castilla Enrique II y de Juan I. Los Abrabanel abandonaron España después de las matanzas de judíos de 1391 y se refugiaron en Portugal. Su padre, Isaac Abrabanel, exegeta y filósofo, fue arrendador de las tierras reales y consejero áulico en la corte lusitana, tesorero de Alfonso V, rey de Portugal, pero tuvo que huir a Castilla al ser acusado de complotar contra su sucesor, Juan II. En Castilla, Isaac Abrabanel fue agente comercial de Isabel la Católica y proveedor de los ejércitos castellanos durante la guerra de Granada. Los Abrabanel permanecieron en España desde 1483 hasta la expulsión de los judíos en 1492, después de la cual padre e hijo pasaron a Nápoles, donde Isaac entró al servicio del rey Ferrante y de su sucesor, Alfonso II. Judas viajó por Italia y debió conocer a Pico della Mirandola y quedar bajo la influencia del humanismo neoplatónico florentino. Recién en 1535, después de su muerte, se publicó en Roma su obra maestra, los Diálogos de Amor. León Hebreo renovó la erótica de Platón y la armonizó con la mística judaica y dotándola de trascendencia ontológica.
En los Comentarios reales, la reconstrucción del pasado del Imperio Inca se convirtió en un puente desde un mundo que había dejado de existir a otro nuevo, que solo podía empezar a existir a partir de la escritura traída por los occidentales, pero heredando los nombres originales del espacio andino. Garcilaso empleó la lengua general del Perú como un lazo de unión con la tierra, como la definición de la patria.
Otras muchas cosas tiene aquella lengua [la de los incas], diferentísimas de la castellana, italiana y latina, las cuales notarán los mestizos y criollos curiosos, pues son las de su lenguaje, que yo harto hago en enseñarles con el dedo desde España los principios de su lengua, para que la sustenten en su pureza, que cierto es lástima que se pierda o se corrompa, siendo una lengua tan galana
Los Comentarios reales fueron escritos en la hermosa prosa castellana del Siglo de Oro, pero los lugares de la patria siempre fueron nombrados en la lengua de los incas. La escritura occidental fue empleada como el instrumento necesario para conservar la memoria de la civilización inca y del pasado andino, creando una identidad personal y colectiva. La escritura occidental y la lengua castellana fueron los medios necesarios para la comunicación de los Andes con el mundo.
… me sea lícito, pues soy indio, que en esta Historia yo escriba como indio, con las mismas letras que aquellas tales dicciones se deben escribir; y no se les haga de mal a los que las leyeron ver la novedad presente en contra del mal uso introducido, que antes debe dar gusto leer aquellos nombres en su propiedad y pureza…
El descubrimiento de América se relacionó con y contribuyó a la cambiante visión del mundo que se desarrollaba en una Europa que pasaba de la Edad Media a la Modernidad. Cristóbal Colón escribió la primera descripción sobre los territorios recientemente incorporados a la Corona española todavía en un tono medieval pero muchos conquistadores y muchos evangelizadores escribieron descripciones sobre los países a los que llegaron en el nuevo espíritu épico y de misión. Hernán Cortés describió el México prehispánico en sus Cartas de relación. Fray Bernardino de Sahagún redactó su Historia general de las cosas de la Nueva España, documentándose ampliamente en las tradiciones nativas.
Los Comentarios reales, lo mismo que la crónica de Guaman Poma, fueron dedicados al rey Felipe como una reconvención, poniendo como ejemplo de moralidad y buen gobierno el señorío de los incas. Se ha discutido mucho el papel en la historia de España y de Europa, en especial el papel del rey Felipe II, si fue un rey bueno o malo o que tan rey de su tiempo fue realmente. La idea que la leyenda negra difundió sobre la España del siglo XVI, sobre la España de los Austrias, La España de la Conquista y la Contrarreforma, quedó bastante reforzada por el rol que cumplió este rey. El fue responsable de transformar a España en una nación cerrada y dominada mentalmente por la Iglesia, transformada en fanática y reprimida en todas las potencialidades que había demostrado tener. En la segunda mitad del siglo XVI España dio el giro definitivo hacia la ortodoxia y la intolerencia. Hasta ese momento el declive de España no estaba decidido, pero durante su reinado quedó fulminantemente determinado: España se volvió contra sí misma, contra su propia gente que tenía ideas distintas acerca de la religión, contra los moriscos y contra los alumbrados en Valladolid o en Sevilla -como ya antes lo había hecho contra los judíos conversos-, contra aquellos que simpatizaban con Erasmo, con Lutero o con cualquier reformador. España se volvió contra el entendimiento y la lectura, incluyendo leer la Biblia y, más aún, leerla traducida al castellano u otra lengua vulgar o nativa, distinta del latín que muy pocos entendían, y mediante el Index prohibió la lectura de tantos libros. Los intentos de reforma que había planteado Erasmo, que habían sido acogidos por Carlos V, fueron rápidamente olvidados y arrojados a un lado, tratando como sospechosos a quienes recordaran que alguna vez el Emperador había simpatizado con ellos. Felipe II acrecentó los errores de su padre. Saber leer, siendo del pueblo, era mala señal, y leer una Biblia traducida, aunque fuese la magnífica versión de Cipriano de Valera, era un delito. El gran místico y traductor español del siglo XVI, Fray Luis de León, ya había sido perseguido por lo que emprendió con su versión del Cantar de los Cantares. Felipe II condujo a España a la intransigencia más feroz y furibunda, condenando al país al encierro y al aislamiento. Así, en el Imperio donde nunca se ponía el sol la Inquisición se empeñó en que no hubiera una Biblia en castellano. Al prohibir la libertad de lectura, Felipe II logró que España perdiera la conciencia moderna, aquella que podía pensar por sí misma sin las andaderas de la Iglesia, por el miedo que tenía de que la libertad se convirtiera en atea.
Garcilaso reivindicó la condición humana y la civilidad de un pueblo distinto a los europeos en general y a los españoles en particular. Garcilaso, pese a pesar de las tantas veces que le fueron negados beneficios y mercedes, seguía creyendo en la necesidad de establecer un diálogo entre los Andes y Occidente, aferrándose al ideal de la comunidad de los hombres como un mundo de interlocutores, a pesar de los errores y los malos entendimientos.
Se ha sostenido que Garcilaso buscó siempre un lugar en el mundo y una identidad que no poseía. Esta búsqueda se habría manifestado a través de sus varios cambios de nombre. Hasta 1563 fue conocido como Gómez Suárez de Figueroa, nombre honroso que remontaba a una larga línea de antepasados ilustres y que llevaban los duques de Feria, uno de los cuales, Gómez Suárez de Figueroa, tercer duque, pelearía en la Guerra de los Treinta Años. Luego adoptó el nombre paterno, Garcilaso de la Vega, para terminar llamándose Inca Garcilaso. Era usual en la España del siglo XVI que un hombre fuera bautizado siguiendo reglas confusas y que más adelante fuera adecuando su nombre a los logros que conseguía en su vida. Esta tradición era más fuerte en el mundo andino. Fray Domingo de Santo Tomás en su Gramática o arte de la lengua general de los indios de los reynos del Perú contaba que
Es de notar que estos indios suelen poner nombres a los niños poco después de nascidos… Y estos nombres los tienen hasta que llegan a ser de edad de veinte años arriba o poco más, o que se casan o están para ello. Y entonces se mudan el nombre, y les llaman otros nombres: o de los padres o agüelos o personas que a avido muy notables y principales en su linaje, o brevemente el mismo parecer de sus padre, o los que están en lugar dellos; si no los tiene, acoge el nombre con que se quiere nombrar… Y si toman el nombre del padre o abuelo, antes que ellos mueran, añádese un término que lo distingue del padre o abuelo
Cuando decidió cambiarse el nombre, Garcilaso tenía veinticuatro años, justamente la edad en que los incas solían tomar un nombre nuevo y asumían una nueva identidad en el mundo de los hombres mayores.En Montilla se dedicó al estudió y desarrolló su vocación literaria. Porras Barrenechea afirmó que durante los largos años de retiro en Montilla, sin actividades en que ocupar su tiempo, Garcilaso se entregó a la nostalgia, elaborando sus recuerdos a través de las lecturas en la biblioteca de su tío. Leyó a Pico della Mirandola, Marsilio Ficino, Castiglione, Petrarca, Séneca, Cicerón, Vives, Alberto Magno, el padre Vitoria y Domingo de Soto. En el inventario de la biblioteca del cronista también figuraban historiadores clásicos como Tucídides, Polibio, Plutarco, Flavio Josefo, Salustio, Julio César, Cornelio Tácito, Suetonio, Virgilio y Lucano.
Raúl Porras Barrenechea fue responsable muchos de los errores en el entendimiento del mundo andino. El defendió la idea de una sociedad prisionera en su pasado y en crisis, de un estado andino decadente y una nobleza cusqueña envilecida. También definió la imagen que se ha difundido de Garcilaso como un hombre humilde y sin ambiciones, y propuso la imagen de un hombre tímido y apocado por su condición de mestizo y sus ascendientes indios. A pesar de sus méritos, como haber descubierto los años perdidos del cronista en Montilla, Porras continuó y reforzó los prejuicios que la oligarquía criolla había desarrollado para explicar su posición predominante en el Perú republicano. Porras afirmaba que debido a su natural timidez, natural por su ascendiente indio, Garcilaso había escogido escribir en el género histórico más modesto, el comentario, evitando los géneros mayores, la historia, la crónica y los anales, con lo cual ignoraba las declaraciones del cronista al inicio de su obra, que se proponía describir los hechos de aquella República clara y distintamente, a diferencia de los cronistas españoles que las habían descrito tan cortamente que no podían sino ser mal entendidas.
Aunque ha habido españoles curiosos que han escrito las repúblicas del Nuevo Mundo, como la de México y la del Perú, y la de otros reinos de aquella gentilidad, no ha sido con la relación entera que de ellos se pudiera dar, que lo he notado particularmente en las cosas que del Perú he visto escritas, de las cuales, como natural de la ciudad del Cuzco, que fue otra Roma en aquel imperio, tengo más larga y clara noticia que la que hasta ahora los escritores han dado.
Garcilaso pudo seguir la noción del Eros desarrollada por la maga Diotima en El banquete. Desde ese punto de vista, los seres mestizos no estarían disminuidos sino que tendrían una facilidad especial para desarrollar competencias y actitudes para el conocimiento, sirviendo de intermediarios entre mundos diferentes, entre el mundo andino y Occidente.