lunes, 29 de septiembre de 2008

Aniversario de los Comentarios Reales

Los Comentarios reales del Inca Garcilaso de la Vega fue la obra fundadora de la literatura y de la historia escrita por los que luego vendríamos a llamarnos peruanos. En 1609 fue publicada en Lisboa la primera parte y la segunda parte, titulada por sus editores Historia general del Perú fue publicada en Córdova en 1617. En Lima no se vería una edición hasta 1918. Garcilaso rescató su pasado y empleó al lenguaje como una herramienta para comprenderlo. Garcilaso no pretendió dar cuenta de toda la historia del país, sino de aquella que él conocía. Estaba convencido de que los historiadores no debían persistir en la contradicción mutua, sino en la interpretación, y buscaba lograr la inserción del mundo andino en Occidente, en la República cristiana.
La reflexión sobre los orígenes y la definición de nación peruana, del sentimiento nacional y del nacionalismo fueron temas importantes de investigación para la historiografía peruana del siglo XX. La generación del novecientos, especialmente José de la Riva Agüero y Víctor Andrés Belaunde, recuperación la figura del Inca Garcilaso y lo propusieron como modelo para los peruanos, resaltando su condición de mestizo y su pertenencia a la tradición occidental, como ejemplo de un hombre que se abría a las influencias del mundo. Flores Galindo también estudió la obra de Garcilaso para definir las relaciones entre la nación real y la posible, como utopía. Tanto él pero aún más Guaman Poma resaltaron el papel del Estado en la creación de una República, no solamente bajo el aspecto institucional y bajo las prácticas políticas, sino que también a través de los aspectos culturales y morales que debían promoverse, tanto para lograr la formación de la conciencia entre los habitantes de este reino, fueran europeos o andinos. Flores Galindo rastreó en Garcilaso el origen de las identidades particulares y regionales en los Andes, tanto como la creación de elementos del imaginario y de la memoria de los distintos grupos humanos que habitaban en los países andinos. Luego criticó a Riva Agüero y Belaunde porque afirmaban el carácter constituido de la nación peruana, mientras que él se reafirmaba en la definición dada por Renan de la nación como una consulta constante a la población por su identidad. El resaltó la necesidad de estudiar los procesos de construcción de esta nación posible ubicada en los Andes y conformada por hombres andinos y por inmigrantes de tantas partes del mundo. El investigó la relación que existió entre la modernidad y la aparición de la nación, buscando las causas políticas, culturales y económicas que provocaron la emergencia de naciones en los Andes.
Al comenzar el siglo XX, la elite de la República aristocrática peruana había dado por resuelto el tema de la identidad nacional. Pero una generación de intelectuales, la generación del novecientos, integrada por José de la Riva Agüero, Víctor Andrés Belaunde o Raúl Porras Barnechea decidieron investigar cuál era la base de la peruanidad. Ellos la entendieron como heredera de la gesta de la Conquista y del mestizaje, aunque privilegiaron la tradición hispánica sobre los aportes andinos. A diferencia de los pensadores positivistas de la República aristocrática que tuvieron un claro racismo, como Javier Prado o Alejandro Deustua, ellos reconocieron la dualidad del país, pero estaban convencidos de que el país se fundaba y se fundía en las ciudades criollas, creadas por los españoles. Una generación más tarde Jorge Basadre llamó la atención sobre el Perú profundo, encarnado en los tercos y ásperos campesinos de las tierras altas, que nunca habían claudicado ante los conquistadores y que se resistían a ser asimilados en la sociedad occidental y se negaban a desaparecer.
Riva Agüero realizó una recuperación dramática de la formación de la identidad durante la colonia a partir de la figura del Inca Garcilaso. Defendió la historicidad de los Comentarios reales frente a los ataques de Marcelino Meléndez Pelayo. Empleó la figura del cronista mestizo cusqueño para definir la identidad nacional peruana en particular y latinoamericana en general. Riva Agüero destacó como principal característica de la obra de Garcilaso su completa integración a la cultura europea, española y cristiana católica. Por esto resaltó la figura de Garcilaso como un historiador renacentista. Pero por el mismo motivo, la etnohistoria terminó desarrollando desconfianza hacia la obra de Garcilaso y relegándola. Tom Zuidema y María Rostworowski negaron su valor como fuente para el estudio del pasado andino. Los críticos de Garcilaso asumían que él deliberadamente había alterado la información de acuerdo a los modelos renacentistas y a sus necesidades personales.
Garcilaso al construir su relato se enfrentaba al problema de narrar el pasado andino de forma que fuera comprensible para sus lectores, los descendientes de la nobleza cusqueña, que necesitaban una historia que los justificara, y para los occidentales, ignorantes de la historia andina. Este texto, escrito tanto para su presente como para el futuro, ha logrado un nuevo significado. El siglo XX vivió fenómenos que transformaron completamente la sociedad peruana y la manera como ella se veía a sí misma. Migración, desborde popular, crisis del Estado, cholificación, utopía andina, guerra silenciosa. La segunda mitad del siglo XX presenció el descubrimiento de un país hasta entonces ignorado, a través de estudios arqueológicos e históricos. Los antropólogos, lingüistas y etnohistoriadores, cumpliendo los anhelos de José María Arguedas, revelaron un país no de una sola alma, sino de múltiples rostros, heterogéneo, formado mediante diferentes tradiciones históricas. El siglo XX vivió la irrupción de lo andino como una nueva forma de conciencia del Perú. Los peruanos descubrieron su propia historia y volvieron a plantear los objetivos de la sociedad y del Estado. Ya no hace falta un Estado que suprima todo lo plural y diferente, sino que nuestro país necesita crecer reconociendo las muchas herencias, andina, occidental, africana y oriental, que tiene.
Desde su fundación, las ciudades empezaron a ser asediadas, ocupadas y al final invadidas por personas que no tenían un lugar en la sociedad y que no conseguían ser integradas en ella: eran los mestizos, las castas del orden estamental español, los hijos de la Conquista y de la vergüenza, hombres sin esperanzas a quienes ese mundo no ofrecía ninguna alternativa. Flores los describía como:
Hijos naturales, personas ilegítimas… vagos, desocupados, marginales. El estereotipo los identificó con gente pendenciera, dispuesta a cualquier revuelta. (Flores Galindo, Buscando un inca)
Pero en el siglo XX, estas personas ilegítimas y marginales fueron los provincianos, campesinos de los Andes, cholos pobres, quienes invadieron las ciudades de los conquistadores.
Garcilaso, un mestizo, calmado y deseoso de alcanzar un lugar en la sociedad, fue la primera voz de este grupo, que no pudo asumir la identidad de los conquistadores y que empezó a imaginar un orden diferente al instaurado por las autoridades coloniales, soñando con un pasado fabuloso.
La utopía andina se formó a partir de las meditaciones de Garcilaso ante los restos de la sociedad andina originaria. El asumió los desafíos del mundo moderno para entregarse a la creación de una identidad, al reclamo por los derechos de los hombres, a la conciencia de la historia propia, aunque debiese acabar con el pasado andino para crear una modernidad propia. La utopía que Garcilaso narró fue el medio para educar la mentalidad de los hombres andinos y permitirles responder al desafío de la historia moderna. Esta utopía fue una herramienta para sobrevivir ante el embate de Occidente.

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